Mirémoslo de otra forma: tal vez no te hayas hamacado lo suficiente y ahora busques conformarte con un poético y repentino ataque del más literario síndrome de Estocolmo, un quedado agradecimiento venenoso después de tantas veces en que abusé del recuerdo de una cena y un café por Recoleta. Fueron sólo dos encuentros: una merienda casi tímida y una cena en tu casa, en la que yo puse el vino y vos pusiste los peros, cosa de prometer una segunda vez que desde luego, jamás llegó. Y eso lo volvió intenso, místico, interesante, clandestino y perfecto. Te pido entonces respeto por la expectativa de nuestros hijos, navidades y semanas en el Caribe. Yo ya sé que para vos ahora todo es más fácil porque lo tenés a él. O él te tiene a vos. Pero no seas cobarde, no te burles de mí ni digas que sólo fuimos una buena dupla circunstancial. Y reconocé que hay algo que todavía nos convoca: sería bueno que lo admitieras, al menos para que no termines de convencerte de que aquí no ha pasado nada, mientras yo improviso anzuelos que me indiquen que aquí no ha pasado todo.-
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(foto de NNN.-)
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