En espejo con Orilla Sur.-
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Un affaire con una rosarina: al menos para probar algo nuevo, como quien acepta un trago de vino en cartón de algún extraño que se conoce en el tren, para guardar una anécdota que durante años será caballito de batalla en conversaciones con amigos y amigos de amigos, ¿te contó este tipo la historia de la rosarina? y ahí uno haría su gracia memorable, repetida, ganadora, contar con el mayor de los lujos y la desfachatez el tiro de gracia de un porteñito que cada viernes se hacía hombre al subir a un Chevalier tramposo y de patente clandestina, con olor a sobaco de laburante raso y papeles amuchados en el plush del respaldo con agujeros de cigarrillo, allí sentado en una butaca elegida al azar y a medio destartalarse, las caras de todos los pendejos que zarpan de Retiro en bermudas y ojotas y con el verso ya hecho a los pibes de fútbol, enfilan para la puerta de los albergues transitorios en las inmediaciones del monumento a la bandera, en donde los esperan sus rosarinas perfectitas, todas similares entre ellas, historias de verano que se dilatan al asfalto de la vida real, se sostienen a fuerza de testosterona adolescente y pasajes comprados de apuro en una página de reventas por Internet; entonces, un Chevalier cargado con la mentira de un romance que no funciona, un puñado de romances sin romance con la rosarina que te da bola sólo cuando se alinean los planetas y las estrellas y las bolas de espejos en el único bar respetable que tiene la San Bernardo menos degradada, donde todavía no pegó la yunta más áspera y menos amistosa de la costa atlántica pulenta, y ambos, es decir vos y la rosarina, cayeron ahí de casualidad, convocados por vaya uno a saber qué carajo de fuerza misteriosa, sobrenatural y etílica, y bueno, ella te dio bola, pero aún así es la caprichosa-endiablada-traicionera santafesina que en junio aprovecha el break y te cambia por otro porteñito medio concheto y aventurero que seguro conoce en las vacaciones de invierno en Camboriú o Ibiza o donde a la rosarina se le antoje poner el ojo y poner el tiro y poner su refinadísimo gusto por la obviedad de un bonaerense en cautiverio.-
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