Fotografía de la gran Luján Agusti
El texto, publicado en complicidad con Orilla Sur
La soltería del tipo comienza en ese instante en que se detiene frente a la mercería y estudia la posibilidad de comprar no uno ni dos, sino cinco calzoncillos al por mayor en la calle Avellaneda. Esa imagen del hombre estático frente a la vidriera estática, devuelve una escena de violenta e incómoda soledad, que a su vez, tiene su contrapartida en una mujer soltera ya embarcada en la aventura de conseguir descuentos en Groupon para abaratar costos en ropa interior de encaje y cera depilatoria. Así, entre los carritos de la gente que compra para vestirse, el flamante soltero solo atina a ubicar un atuendo que lo deje menos en bolas que antes. Porque ese mismo tipo que saca cuentas para llegar a los cinco calzoncillos que cubren la compra al por mayor, lo que en verdad hace es buscar refugio en un boxer liso o a rayas, sentir la contención genital y emocional de una lonja de algodón elastizada. El calzoncillo viene a sostener la inseguridad de un hombre librado a la selva de las relaciones humanas: un hombre que debe (volver a) enfrentarse a la mirada uróloga del ajeno y al pudor de la vendedora de lencería con trompita y pelotudeces por el estilo, que de mala gana despliega la mercadería sobre el mostrador, y sin sacarse el pucho de la boca, explica que con esta tela no se hacen bolitas en el culo cada vez que los lavás, te dura para siempre, vas a quedar como un duque con las chicas. Y a todo esto, uno que no quiere ni quedar como un duque ni tener una chica ni el consejo sexual de una vieja menopáusica: uno sólo fue a comprar un calzoncillo porque algo se rompió, es cierto, y ese algo parece irreparable, pero también uno sabe que un calzoncillo viene a suplir la función de otro calzoncillo, porque así es la vida acá y en donde ni usan ropa interior.-
El texto, publicado en complicidad con Orilla Sur
La soltería del tipo comienza en ese instante en que se detiene frente a la mercería y estudia la posibilidad de comprar no uno ni dos, sino cinco calzoncillos al por mayor en la calle Avellaneda. Esa imagen del hombre estático frente a la vidriera estática, devuelve una escena de violenta e incómoda soledad, que a su vez, tiene su contrapartida en una mujer soltera ya embarcada en la aventura de conseguir descuentos en Groupon para abaratar costos en ropa interior de encaje y cera depilatoria. Así, entre los carritos de la gente que compra para vestirse, el flamante soltero solo atina a ubicar un atuendo que lo deje menos en bolas que antes. Porque ese mismo tipo que saca cuentas para llegar a los cinco calzoncillos que cubren la compra al por mayor, lo que en verdad hace es buscar refugio en un boxer liso o a rayas, sentir la contención genital y emocional de una lonja de algodón elastizada. El calzoncillo viene a sostener la inseguridad de un hombre librado a la selva de las relaciones humanas: un hombre que debe (volver a) enfrentarse a la mirada uróloga del ajeno y al pudor de la vendedora de lencería con trompita y pelotudeces por el estilo, que de mala gana despliega la mercadería sobre el mostrador, y sin sacarse el pucho de la boca, explica que con esta tela no se hacen bolitas en el culo cada vez que los lavás, te dura para siempre, vas a quedar como un duque con las chicas. Y a todo esto, uno que no quiere ni quedar como un duque ni tener una chica ni el consejo sexual de una vieja menopáusica: uno sólo fue a comprar un calzoncillo porque algo se rompió, es cierto, y ese algo parece irreparable, pero también uno sabe que un calzoncillo viene a suplir la función de otro calzoncillo, porque así es la vida acá y en donde ni usan ropa interior.-
2 comentarios:
Me encantó, muy bueno.
peerdon que resalte esto... pero donde venden ropa interior es una LENCERIA, no MERCERIA jaja.. lo se porque buen..- #fallido jaja
igual, el texto es buenisimo.-
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