Bajo la lluvia y a la espera de un colectivo que jamás llegaría, ella me propuso que seamos amantes. Amantes: la palabra rebotó en mi cabeza, y me vi dentro de una Chevy SS azul perlé descapotable modelo '74, a 130 kilómetros por hora, huyendo vaya uno a saber de qué, ella -vestido blanco floreado- y su pelo caoba se duermen sobre mi hombro, haría calor y a los lados de una ruta desierta no habría más que cactus y montañas perdidas en una lejanía de cartón. Después, un delirio más contemporáneo: sushi en mesas alejadas de la ventana, en restaurantes de Puerto Madero o Palermo Soho; copas por la madrugada en esos bares-sótano, bailaríamos como dos cómplices entre besos furtivos y certezas pocas, y otra vez nuestros perfumes se confundirían entre los abrazos y el recuerdo de otra noche en que nos conocimos -en que nos conocimos de esta forma.
Todavía llueve, ella me mira sin entender qué es lo que pienso tanto. Amantes, le digo y la acompaño para que tome el colectivo correspondiente, mientras espero ese beso que jamás llegaría.
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