Sucede que por momentos, al poner edulcorante en el té o colgar el teléfono, me pregunto qué carajo hago con vos y por qué. Es instintivo. También me pasa cuando me afeito, al sacar el boleto en el colectivo y en ese instante en que aplasto el filtro del cigarrillo contra el marco de la ventana: chispitas anaranjadas, cenizas, humo negro, qué carajo hago con vos. De a ratos se me ocurre preguntarme cómo puedo hacerte tanto bien si vos a mí no me transmitís nada. Te miro a los ojos y es lo mismo que quedarse en una foto de Haití publicada en el diario, algo lejano, difuso, ajeno. Vos y tus besos de septiembre y yo con mi afecto de telgopor, no sé hacia dónde vamos ni a dónde querés llegar, si yo con vos no tengo ganas ni de ir a cobrar el sueldo, y ya ni se me ocurre con qué cara posponerte, y vos en cambio me amás y se te nota, y yo ya me estoy echando a perder. Esta sociedad bilateral de beneficencia, esto de pretender querer y quedarse en eso -en la mera pretensión-, no funciona, querida. Yo que tengo fiebre y vos ganas de hacer un viaje conmigo. A este paso ni tu voz tolero, me incomoda que me des tanto, aunque en verdad, no sé qué es más abominable: si tu sonrisa de serpentina y espantasuegra, o la frustración de no poder quererte como en el principio.-
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(imagen extraída de aquí)
2 comentarios:
Ufff...ficción que suena a sincericidio o sincericidio que se esconde como ficción, cualquiera de las dos opciones encierra cierta maldad porque tiene cierta verdad.
Una lectura muy interesante.
Saludos!
Coincido. Interesante, real. Sentimiento duro, que se esconde hasta de sí mismo.
Realidad hecha literatura.
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