Así que usted es la que entra a los portazos en el rancho, la que llega y arma revuelo en el gallinero, que pasa por entre la gente sin pedir permiso, que silba si quiere y si no quiere patalea. Mirala vos a la señorita, que sin derecho ni cumpleaños pincha globos e ilusiones, y ahora viene y sirve la mesa, ahora viene y me besa la frente. Con que esas tenemos, no sabe lo que quiere pero sí lo que no quiere que yo quiera, y me abre las ventanas de la cocina para que entre viento y me abre las jaulitas para que se escapen los canarios, que hasta el Pedrito se me fue los otros días, y mire que el Pedrito siempre se quedó conmigo. Y ya lo veo, me esconde el diario para que no me distraiga, la veo que se arrastra y me mira, a los pies de la cama, algo así como pidiendo no me grite no se enoje no sospeche, y yo que no le miento no la extraño no la quiero.-.
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Toqué el timbre y aunque no me invitaste a pasar, pasé porque llovía y era de noche. Me abriste la puerta de casa, ofreciste una silla y me acosté en el sillón. Sobre la mesa dos platos hondos, lo único que falta es que ahora cocines pastas. Me trajiste whisky cuando quería agua, pusiste Blues y te pedí que bajaras el volumen, te rogué que me escucharas y te fuiste a fumar a la ventana. Invitaste a que me sacara los zapatos y dije gracias, después vino el café tibio que siempre preparás para hablar de temas importantes, vino tu cara de avestruz, la sonrisa de mampostería y tus gestos esquizofrénicos. Cuando sonó el timbre y entró el otro, el titular, el que esperabas, el que se sentaría en la cabecera y vos a su derecha, sabía que lo conocía, qué hijo de puta cómo no me di cuenta antes. Entonces el que se va a la ventana ahora soy yo, me ofreciste fuego y por un instante pensé en quemarte viva, pero saqué mi encendedor y prendí el tabaco. Desde afuera, en el balcón de tu departamento, los veo comer sus fideos con tuco. Llueve y por eso tal vez no te das cuenta de que lloro. Odio los fideos con tuco.- 




