¿La ves? Es la última luz que se apaga en el fondo de mi alma de papel maché. Ya no me complace servirle a tus botas Natacha, estirar el mantel de lo poco que queda cuando te veo lejos. Todo tan vainilla, todo tan coco, tanta sal de baño y lo único que buscaba era unos besos, tal vez copas, camas, cuentos. Pero no, una parte de tus manos se mantiene distante de nuestros encuentros, y aunque te cabeceo para arrimar al catre, por más que te prendo la velita y te rezo un Ave María, te perfumo la casa, te compro el sushi y hasta le dejo unos billetes al delivery, vos seguís ahí, quieta, con la expresión de que nada va a cambiar, mientras yo hago todo este circo y encierro a los gatos del lado de afuera. No te pongas a llorar por otra cosa, no cuando improviso ternura. No te me distraigas con la tele ni me digas que sabés lo que voy a decir, aunque en verdad lo sepas. Ya no me importa que no puedas ni cocinarme un paty, que tu mamá crea que vendo paco y que el portero de tu casa siempre me llame con un nombre distinto. Lo único que quiero es tenerte cerca, que se yo, unos dos mil años, cosa de que si hace frío, al menos te abrazo, y si hoy no podés abrazarme, te espero un ratito, pero un ratito nomás, que sino se me piantan las avestruces y después hay que salir a correrlas...
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