Desde lo alto de su árbol ella me observa. Su pelo se pierde entre las ramas. Qué hace allí. Yo desde aquí le hablo, intento alcanzarla, le pido que baje, me aferro a la corteza de un árbol que a medida que subo, se hace cada vez más ancho, y entonces me deslizo hasta caer al suelo. Es un árbol tan alto que se estrella contra las nubes. No sé cómo ella llegó hasta allí, con esas manos que tiene y tan desnuda. Mientras tanto, finjo no verla. De a ratos vuelvo la mirada para saber que permanece en el mismo lugar. Si la miro fijo por algunos segundos, ella parece estar más alto de lo que en verdad está. Entonces, cuando entiendo que al fin no tiene sentido esperar que baje, busco otro árbol que sí puedo trepar, el movimiento me quita las ropas que ahora flotan en el aire, y cuando me siento cómodo, ni muy alto ni muy cerca de las raíces, la miro por última vez y cierro los ojos del bosque.-
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1 comentario:
Se que no podes gritar.
Ya se que estás
obligado a este mundo.
Un latido tan absurdo
y siempre a pasos de explotar.
Bajaste ya,
como bajan las estrellas.
Así pido tres deseos,
quizás uno se nos dá.
Se que no podes gritar.
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