Sábado a la tarde y se nota que es sábado, el único día del fin de semana en que uno se permite ser feliz sin culpas y libre de la depresión pre-lunes. Por eso no se trabaja un sábado, y por las mismas razones, algunos se toman la molestia de trabajar (en el mejor de los casos, sin jefes ni horarios). En la puerta del teatro Vitreaux, sobre la calle Corrientes, un scout de odaliscas venidas a menos intercambia tabacos y sonrisas. Tienen los ojos pintados y las tetas con -reducida- vida propia: tetas adolescentes, rebeldes, esas que le encantan al tipo de la boletería del Vitreaux, un viejo más bien petiso, disminuido, achicado por el tiempo y la infatigable paja de ver mujeres hermosas -y no tanto- en la puerta de un teatro que sobrevive gracias al circuito amateur y -autocalificado y mal llamado- de culto. Raúl -el de la boletería no podía tener otro nombre: Raúl- tiene un tic de lo más gracioso: pasa su lengua por la comisura izquierda de los labios, entonces habla e interrumpe con el gesto sus anécdotas con actrices inexistentes o prehistóricas. Mientras tanto, mi reloj se resiste a llegar a las seis de la tarde: Raúl invita a pasar a las odaliscas y en perfecta sincronización, le mira el culo a cada una de ellas.-
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(imagen extraída de aquí)
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