martes, 28 de febrero de 2012

atarse

Tus primitos nos vieron hacer el sexo: descubrí los ojos de Benjamín justo detrás de la medianera, su pelo rubio y revuelto, los ojos inquietos de incoherente excitación, lleno de pánico y nervios pero sin asumir qué carajo hacer, qué decirle a Maurito, que también nos vio y supo esconderse mejor. 
Te dije que alguien nos miraba y la idea te divertía. Cada vez que intentaba correrte más allá de la ventana -para tener, digamos, intimidad propiamente dicha-, eras vos la que pedías que lo hiciéramos en el patio, casi como si necesitaras compartir con cualquier vecino la cruda postal de tus pechos desnudos contra la pared de ladrillos en el patio. Y abrías el toldo. Facilitabas la tarea de los mirones. Te reías drogada, con los ojos cerrados, te ponías gritona para quien quisiera conocer lo mejor de vos. 
Siempre desconfié de esa medianera: demasiado baja para ser útil, demasiado cerca de los aguantaderos tumba como para inspirarme seguridad. Me daba la idea de que podían llegar a espiarnos los pibes de la obra en construcción. Y al final, eran tus primos: dos borregos que aún no saben atarse bien los cordones, que juegan con autitos y fastidian el sueño de los mayores. Solo espero que hayan aprendido algo: odiaría no haber sido didáctico en plena etapa del crecimiento.-
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(imagen extraída de aquí)

jueves, 23 de febrero de 2012

algoritmos

La promiscuidad es una empresa floja de papeles, pálida en decoros y libre de sanciones. Aparte, ocupa mucho espacio, múltiples sectores de la nariz y reglas memotécnicas para ligar sabores de helados frutales con nombres de mujeres, y de esta forma, mantener algún tipo de coherencia emocional, por más que los nombrecitos de las chicas queden reducidos a apodos triviales para alivianar la sobrecarga mental. Implica también una cuidadosa rutina a base de originales nuevas técnicas tácticas táctiles para no caer en típicos trípticos tóxicos o en tétricas tríadas tridimensionales, secuelas del delirium tremens de la gente sola que se barniza de sustancias para no ser menos en la trasnoche del trópico de la belleza tramontina femenina. Todo esto -claro- sucede en el caos de la vida cotidiana, entre los algoritmos de las estudiantes de ingeniería, las galletas que de a ratos hornean las atrevidas que invitan a cenar, los tacos altos de las damas chatas. Mientras, el corso sigue. La gente aún se cae de los edificios, las multinacionales mejoran las telecomunicaciones, Levi's fabrica cierres con mayor agarre, los rellenos sanitarios prometen estabilidad a la higiene mundial, y otra mujer se desploma en la misma cama de siempre. Vas a pedirme que te mire, que te explique por qué no lo hago. Vas a exigir un poquito de atención -te pido que por un segundo me prestes atención, así dirás, quizá con algún tipo de extorsión sexual a modo de anzuelo-, y yo, sumiso por cobarde, seguro aceptaré. De puro cagón también voy a mantenerme alerta frente a tus ojos inquisidores, pero cuidado, no te confíes: lo habré dicho todo para cuando me veas dormido sin el respira mejor.-
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(imagen extraída de aquí)

jueves, 16 de febrero de 2012

serpiente

En los tres primeros minutos a oscuras -que coinciden con los tres mil primeros intentos fallidos por encender algún velador de la habitación-, sentí el pánico en los ojos, el negro absoluto y profundísimo. Debí mantenerme tranquilo para no gritar: improvisar un paseo turístico al ras de las paredes de mi propia casa a la que jamás había visitado tan quieta. Tropecé con una silla y una remera: estaba cerca del baño. En algún lugar de la cocina, el perro respiraba. O podría haber sido alguien más, que aprovechó el corte de luz para meterse en casa y robar lo poco que tengo: libros, algo de dinero, el televisor que todavía no termino de pagar. Era obvio que nadie había entrado en casa. Mejor sentirlo así, convencerse. Me arrastré hasta la cocina y choqué con la heladera para sacar la botella de agua -siempre está en el mismo rincón, fue fácil dar con ella. Entonces comencé a ver. Ver, divisar los objetos, situarlos en donde permanecían desde hacía meses. Una vez que el ojo se acostumbra al negro permanente, las cosas toman su forma natural. Ahí están los vasos que lavé después de la cena, el tacho de basura y las guías telefónicas sobre la mesa ratona. Volví a la cama sin tener que adivinar el camino. Desde la puerta del cuarto, sin mirarte ni recordar los lunares de tu cara, supe que te movías: serpiente rubia que se estremece entre la ropa de cama. Me deslicé hasta el suelo y con la cabeza sobre el marco de la puerta, apreté los ojos. La luz no volvería hasta dentro de unos años.-
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(imagen de NNN.-)

lunes, 6 de febrero de 2012

Momposina

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La sombra negra by Toto La Momposina on Grooveshark
Hay que hacer algo con esa mancha de humedad, digo con interés de arquitecto frustrado y doy un largo sorbo al mate que recién dejaste hirviente y al filo del lavarropas abierto. Cuando digo que hay que hacer algo con esa mancha de humedad, en verdad no digo mucho porque no sé muy bien qué es lo que hay que hacer en estos casos, y tampoco tengo la inmediata necesidad de ponerme a pensar en lo conveniente de reparar un gigantesco manchón de agua -África en la pared de tu patio-. Voy a traer pintura de casa, explico, en lo que es más una expresión de deseos que una promesa, un planteo para sentirme útil y mandarle un revoque al espíritu intimista del macho multifunción. Desde el sofá, levantás los ojos más allá de tu libro y adivino que sonreís porque sabés que jamás supe cómo arreglar una pared, o porque me descubrís de pie y semidesnudo en el centro del patio -peón desnortado en el tablero de ajedrez que sería tu piso marmolado-, con mis holgados calzoncillos de mantel naranja y el pelo revuelto, el mate en la mano derecha y la izquierda en la cintura. Seguro se rompió un caño interno, ¿vos sabés por dónde pasan los caños de tu casa? el sol molesta en mis ojos, de fondo suena Toto la Momposina, acompaña el ritmo la sinfónica de tu ventilador de pie al mango, chilla la yerba reseca cuando doy un último sorbo al mate que planto al pie del lavarropas y que vos dejás caer cuando te dejás caer sobre mi espalda: la reina abdica en el tablero que es el patio y juntos hacemos la siesta mientras miramos desde el suelo la mancha de África que no nos preocupa.-
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(imagen extraída de aquí)