jueves, 27 de febrero de 2014

detergente

Ni siestas maratónicas ni sobremesas interminables: los domingos fueron pensados para bañarse durante horas, enjuagar una y otra vez con suavidad publicitaria los recónditos laberintos del cuerpo, esas zonas que durante las duchas diarias -rápidas y brevísimas, de lunes a viernes, más por obligación social que por placer- permanecen vedadas al romántico encuentro del jabón blanco y el agua. Llega el domingo y no hay depresión. Hay malos programas televisivos, diarios insoportables y hermanas que llaman por teléfono para recordar compromisos familiares en mitad de semana. Los domingos solo hay ansiedad: al principio es helada, luego se pone tibia y culmina en la temperatura exacta. Cerrar los ojos bajo el agua, quedarse así durante unos segundos y abrirlos con violencia para ver estrellitas. Y no hay nadie. Los domingos uno se baña solo, que es la única forma de bañarse que tiene el ser humano.
Por algún capricho higiénico-sexual, hay gente fanática de bañarse en pareja. Bañarse es un decir: solo en las películas de Hollywood un dúo prolijo y bien maquillado logra estar a gusto en la ducha, compartir el shampoo y disfrutar de esa intimidad que incluye risitas cómplices y caricias guionadas. En ningún film la protagonista pide la crema de enjuague o rasca el vello que se adhiere al jabón. La realidad es incómoda y sin erotismo. No hay forma de que dos personas adultas y de proporciones normales no se estorben en una misma bañera. Se piden permiso sin permiso, se dan paso metiendo panza o haciendo puntas de pie, acomodando el cuerpo hacia un lado para ganar microespacios en donde maniobrar, pero golpean sin remedio sus extremidades y se friccionan con torpeza. En teoría, el plan es perfecto: binomio concubino maduro accede a compartir un momento de distensión y aseo. Magnífico. Lo cierto es que al salir del agua, nadie está (bien) enjuagado o uno de los dos permanece un tiempo más bajo la ducha y luego ese alguien debe quedarse a secar el piso -el ineludible destino del último-, que por mayor cuidado que se tenga, termina mojado. El baño colectivo resulta siempre una trampa detergente.-
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imagen extraída de aquí.-

jueves, 20 de febrero de 2014

SUBE

Voy a taparte con cualquier cosa que sea suave: una manta de hilo egipcio, una almohada de fuego u otra mujer semidesnuda con afición a la crema humectante. Recuerdo esos abrazos de aloe vera traicionero, pegajosas demostraciones de cariño perfumado y cruel. Tus mínimos abrazos lograban taparme -no sé cómo: fueron un improbable desafío a la física de diciembre- y por eso creo que hoy merecés que sea yo el que te cubra. Parece justo, y bien sabemos que soy respetuoso de las obligaciones sociales. Solo nos convoca el check out final: tenencia compartida de alguna mascota con demencia senil, repartición de vajilla comprada a medias en algún viaje a Claromecó, cumpleaños de amigos homosexuales en común. El resto ya fue tapado con otras cosas inservibles. En las mudanzas se envuelven los muebles y hasta los libros. A los caídos en cumplimiento del deber se los guarda bajo una bolsa de nylon negro. Elijo taparte por última vez porque sé que el invierno ya cargó la SUBE.-
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imagen extraída de aquí.-

martes, 4 de febrero de 2014

cilindro

Querías afecto granadero: silencioso y bien afeitado, tímido para el romanticismo, osco y de movimientos en espasmo azul marino. Un camino de seducción sin sorpresas, con invitaciones obvias en ratos libres durante un fin de semana y tu cuerpo sobre mi camiseta blanca de algodón con elásticos vencidos. Sexo rústico, animal, con tonada de frontera dudosa y prontuario reservado. Penetraciones exactas en destinos periféricos y jamás imaginados: escaleras de lugares ilustres, el marco de alguna puerta emblemática o de apuro en un baño público. Acariciar el sombrero en cilindro, sentir en tu boca el metal de las medallas siempre decorativas, desnuda haciendo equilibrio en puntas de pie sobre mis botas de cuero recién lustrado. Te cansaste del contacto cosmopolita y me pedías un cariño ajeno, un poco bruto, formal y distante. Un sexo pueril, de origen humilde y sin nombre.-
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imagen extraída de aquí.-