jueves, 29 de diciembre de 2011

Raros licuados nuevos

En simultáneo con Orilla Sur.-
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De Starbucks me perturba ese rincón privilegiado que ocupa dentro de la fantasía celebrity pop hollywoodense, travestida de Lindsay Lohan saliendo del local con el vasito mágico de la cafetería -cámara inquisidora de TMZ de por medio- y la ilusión de que ese litro y cuarto de bebida cool remontará su fisura diaria y los problemas con la ley; ese flash de Sex and the City, de gente que anda por la city sin sex pero con el eufórico imaginario de que imitar el estilo de vida de sus improbables ídolos ricos, los volverá un poco más ídolos aunque la riqueza se pierda en ello. Starbucks es la revancha del sueño americano: es una foto que todos queríamos tener al visitar Estados Unidos, y ahora está acá, tan cerca y entre nosotros. Ya no es muy exclusivo. La foto vale un poquito menos.
Starbucks es un producto desde siempre ideado para el público ABC1. Es una franquicia, y es siempre igual (de aquí el espíritu de la modalidad contractual), de modo que el viajante que se hospeda en el Gramercy Park Hotel de Nueva York, tenga la posibilidad de tomarse el mismo juguito con el mismo muffin en la misma mesa contra la misma ventana de un país distinto al propio. Los ricos siempre están en casa, y casa es un lugar cómodo, con bastante madera, ambiente distendido, y con gente que parece civilizada y que antes de servir la bebida seleccionada, pregunta con una sonrisa y amabilidad claudiomaríadominguezca: “¿Podría decirme su nombre?”.
Mi nombre es Pija. Contame ahora cómo carajo me vas a dar el café cuando te tiemble el pulso al escribir la P mayúscula, y después la violencia en la curva que harás para dibujar la j. Sí, mi nombre es Pija, quiero ver cómo lo escribís en el vaso, bien grande, casi a las apuradas o escondido detrás de algún mostrador, con un marcador indeleble negro para luego llamarme por mi propio nombre -Pija, está tu pedido- mientras toda esta gente con nombres convencionales -Silvia, Roberto, Nico, Indio-, te escuchan vociferar la grosería que yo te dije sin el menor reparo ni decoro. Dale, escribí lo que te digo. No me digas que me vas a pedir el documento: tanta libertad y ambiente distendido, y delantalcito verde y estética hogareña, todo para que me pidas en DNI. Pensé que había confianza, que éramos amigos.
Si esto sucediera -decirle al pibe que labura en Starbucks que mi nombre es Pija, y verlo titubear entre sus compañeros, sentir la presión de una respuesta incómoda y la seriedad de un cliente que no puede tener razón-, es probable que la Matrix se reinicie. El reinicio de la Matrix contemplará la explicación de un gerente que mientras consuela el llanto confundido de uno de sus empleados -cómo pudo pasar esto, en qué fallé-, intentará sugerir que no pueden ponerse esos nombres en el vaso, que podrían ponerme Juan, o Bautista, o Juan Bautista o todo mi nombre completo y al final de la z, una estrellita, podríamos hacer eso por usted, señor...
Señor nada. Señor sin nombre. Y tengo 23: señor tu vieja. Quiero un café, no que indagues en mi historia familiar. Sólo te pedí ese vaso cuando me preguntaste por el tamaño, no recuerdo haber accedido a que me encare tu curiosidad buena onda de franquicia tutu bon, tutu legal. Te dije dame café, y creo que la coordenada es suficiente. Café, master: agarrá la jarra, volcá el contenido negro adentro, tirale un chorrito de leche para evitar que me ulcere hasta el autoestima y estamos fenómeno. No tengo intenciones de iniciar un diálogo, no quiero que nadie sepa mi nombre. Quiero un desayuno y estamos: un intercambio limitado a lo comercial, un vínculo accidental entre el pantriste que quiere un café y el tipo que sabe poner esa sonrisa encantadora para saciar el pedido de su cliente. No más. Es una relación ocasional, silenciosa, discreta, como siempre lo fue en el barrio. Por esas cosas me gusta el áspero cafetín del Centro: te devuelve la imagen parca que vos querés tener, sin preguntas parapoliciales ni exceso de confianza. Por esa misma razón, no hubo ni habrá jamás un tango inspirado en el ambiente de Starbucks, y eso es un partido que la mística pop tiene perdido desde el vestuario.-

lunes, 19 de diciembre de 2011

mensurar

Gracias por todo dijiste, y yo torcí la cabeza, porque el hecho de que digas gracias por todo es algo muy parecido a decir gracias por nada, a decir gracias por lo que hiciste, y andate a la puta madre que te parió, es remitir a un pasado, a algo que ya no voy a poder hacer o que al menos no vas a agradecerme porque con agradecer una sola vez alcanza y sabés que no me gusta que me repitan las cosas, entonces ya fue, ¿gracias por todo? OK, de nada por todo, no te tomes el esfuerzo de desmenuzar qué implica tu agradecimiento así como medio a las apuradas y que cerraste con un beso en la boca pero medio de coté, un beso bastante choto, qué te puedo decir, no vamos a mentirnos, pero decís gracias por todo y casi como que te dejás caer sobre mi cara y solo queda que me digas hasta siempre y ahí sí que nos caemos todos de orto y entendemos todo, te estás despidiendo, mi vida, sino dirías gracias, y punto, o deslizarías esa sonrisa que siempre implica una invitación a cruzar la cocina con la ropa interior a la altura de las rodillas, y sino no digas gracias por todo, qué carajo me decís cuando decís todo, ¿todo es desde que facilité el fuego de tu cigarrillo hasta pasarte a buscar? ¿salvarte la vida? ¿gracias por todo es un gracias por haber aparecido en mi vida o alguna de esas payasadas que dice la gente en la radio de trasnoche? no sé, nunca me dijeron gracias por todo, la gente tiende a ser más específica, aunque entiendo que no lo hagas, porque el hecho de mensurar tu agradecimiento vomitado, haría perder el sentido de la ruptura diplomática que planteás: sería entrar en un detalle quirúrgico que solo nos acercaría un poco más a la danza de bañarnos bajo la ducha de tu cueva.-
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(imagen extraída de aquí)

miércoles, 14 de diciembre de 2011

hipsters

Tenés algo que ver conmigo. Quizá para vos -fetiche de bastión cool y recoleto- no signifique más que una conquista (más) para amasar al ego, vestirlo con ropitas de cama, taparlo y besarle la frente. No sé cuántas veces te dijeron que ostentás el porte que al hombre lo define como a un imbécil, pero entiendo que lo tenés muy claro y que por eso jugás en primera, sos la Andrés Iniesta emocional en el Camp Nou de la incertidumbre. En cambio, yo no tengo mucho que ver con nadie: eso no me define, pero me desmarca. Vos tenés algo que ver conmigo, aunque yo, en particular, si pudiese elegir no tener nada que ver con tus piernas apretadas a mis piernas y los broncoespasmos que sufrís cada vez que dormimos juntos, tal vez me volcaría por hacerme la estrella con tu elocuencia corrosiva. Tener algo que ver con vos también implica estar en un prontuario de celebridades amateur, de aparatos redaccionales e ídolos de papel maché. Nada de eso tiene que ver conmigo. O sí, debe tener que ver, pero prefiero entonces no compartirte con una caterva de hipsters pelotudos que se imitan entre sí. Y hablar de pelotudos -esta vez sí- tiene que ver con vos y tus efectos.-
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(imagen extraída de aquí)

jueves, 8 de diciembre de 2011

calculadora

Estuve chequeando algunos datos astrológicos y -oh, sorpresa- descubrí que nuestros signos zodiacales ostentan una compatibilidad sexual abrumadora. Eso explica varias reacciones interesantes, entre ellas, tus mordidas en las mejillas y mi capricho por domarte desde la nuca. Pero más allá de eso -llamamos eso a tu signo de agua y el mío de fuego, y al despilfarro de la libido bien encaminada, a tus piernas electrizadas sobre mis piernas confundidas y al porro mejor invertido de toda la historia de la cultura estupefaciente postmoderna-, la bruja -porque claro, para el temita este de la compatibilidad, me asesoré con una especialista- sonrió con todos sus dientes para detallar que nos esperan días largos e intrigantes, de guerras pegajosas con canciones pegadizas y almohadones que se pegan. Como poco hay que hacer contra el destino -lo que de una u otra forma, parece que nos sucederá-, sugiero que guardemos la calma, que después de todo, es una de las características de Aries (que vendría a ser yo, ponele). Vos, en cambio, fría, calculadora y artística -así te describió la bruja, yo no tengo nada que ver-, vas a poner el hielo en este trago de estación. Y ambos, casi juntos, beberemos hasta donde podamos -la bruja habló de coger hasta donde se aguanten: yo no me atrevo a semejante diagnóstico-, sin hacernos las preguntas que vuelven amigos a los amantes.-
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(imagen extraída de aquí)

lunes, 5 de diciembre de 2011

Campbell

Vienen días ásperos, de reincidir en empresas fracasadas, de dilatar trampas defectuosas, eufóricas penetraciones en nobles cuerpos elegidos al tun tun, con ciego entusiasmo adolescente y la violencia del cautiverio marital. Me torra la idea de volver a explorar una indeterminada cantidad de mujeres, y más aún me aburre tener que sostener interés por sus relatos de problemas hormonales y dilemas de peluquería en Palermo. Me acompañarán en la aventura las manías de siempre, tendré a mano las explicaciones rendidoras y las bombas de humo reglamentarias. Prometo fingir que hoy sí me importa, que me gusta el color de tus uñas y que no estoy desencantado con vos y tus opiniones sobre la pena de muerte. Voy a ponerle onda, mandarle cumbia, inflar el pecho y pedir la 10. Vas a verme apretar los ojos achinados cuando me apriete contra tu cuerpo, seré el obrero silencioso que tanto te gusta que sea cuando pierdo la ropa. Eso sí: no podrás pedirme compromiso con el proyecto, con tu optimismo de colegio católico de frente a la pantomima caritativa de Navidad y viaje solidario a la villa Naomi Campbell. No me pidas tacos y firulete cuando me das un par de ojotas. Por ahora (me) alcanza con que los dos asomemos la cabeza por la ventana de la curiosidad, y aún acostados -la luz del patio que gana tu espalda, en el espejo veo mis pies- busquemos la sonrisa más genuina del otro.-
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(imagen extraída de aquí)