miércoles, 26 de junio de 2013

hachís

43 kilos es el máximo de carga permitido para equipajes de mano en la aduana de Liechtenstein.
En el Almagro Boxing Club entrena un tandilense de 14 años cuyo cross de izquierda equivale a recibir el impacto de 43 kilos en caída libre.
Hace 23 días, la Guardia Civil detuvo a tres hombres que llevaban 43 kilos de hachís en el baúl de un Seat amarillo.
El pionono más grande del mundo fue hecho por la Escuela de Pastelería de Tokio. Usaron 2682 huevos y 43 kilos de azúcar rubia.
43 kilos pesó el surubí más grande que se haya pescado en las aguas del Río Uruguay.
Ella -rubia y de afecto nockeador- pesa 43 kilos y sale a pescar sin equipaje ni anzuelos amarillos.-
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imagen extraída de aquí.-

lunes, 24 de junio de 2013

panqueques

Catorce pasos me separan del lugar en el que Laura lava los platos. Cabe aclarar que los catorce pasos que me separan de Laura -que está en la cocina y lleva puesto un delantal que cubre su camisa y la falda con la que fue a trabajar-, son catorce pasos míos, es decir, unos veintidós de ella. Hundido en el sillón del living, levanto los ojos por encima del diario de hoy para verle la espalda: se le transluce la ropa interior negra. Entre ella y yo debe haber una distancia cercana a cinco sillones como este, en el que permanezco sentado, mientras Laura prende fuego las cortinas luego de pretender hacerme “el panqueque más rico del mundo”. Es que te gustan tanto, hoy te hago, nunca cocino panqueques pero hoy te hago, me van a salir divinos, vas a ver, insistió Laura hace veintitrés minutos. Ahora está inmóvil frente al fuego: sostiene un balde lleno de agua y le tiemblan las piernas. Las llamas llegan al techo y pintan de negro el cielo raso que aún no terminamos de pagar. Calor. Me saco los zapatos con los pies. Laura observa cómo el fuego gana el barral de madera que sostiene las cortinas y algunos cuadros que ella misma decidió ubicar en las paredes de la cocina. Sin dejar de darme la espalda, vierte en el suelo el agua del balde. Laura, ¿Vos prendiste la calefacción? Le pregunto y ella dice que ya la apaga, que estas noches estuvo haciendo mucho frío, que no quiere que discutamos otra vez por la frazada.
Si tuviésemos un perro -un perro chico, de esos que la gente de Palermo suele comprar en veterinarias especializadas para no sentirse tan sola en su departamento con muebles de diseño- calculo que cerca de diez perritos y medio me separarían ahora mismo de Laura. El perro debería ser blanco y lampiño: si fuese como esos animales de felpa, carismáticos y de pelaje largo y ondulado, en este instante sería una antorcha en el medio de nuestra cocina. Ya salen los panqueques, explica Laura sin dejar de darme la espalda. Transpira: lo sé porque le brilla la nuca. Leo los chistes del diario, las cartas de lectores -alguien se queja de una publicación con faltas de ortografía- y el pronóstico extendido. Laura, no sabés lo que dice el horóscopo de esta semana para los de Géminis, cuando lo veas no lo vas a poder creer. Revientan los vidrios de las ventanas y las llamas alcanzan la alfombra del living. Un humo negro llena de a poco todos los ambientes de la casa, sube por la escalera, rodea el piano y mis libros. Desde la cocina, Laura ríe y tose mientras camina hacia el living: apenas puedo verla saltar para no quemarse con el fuego de la alfombra. De pie frente a mí, lleva sus anteojos empañados y una sonrisa por la que escapan mínimos dientes blancos. Antes de sentarse en mi falda -el fuego trepa por mis medias y hace contacto con el papel del diario que aún intento leer casi a oscuras-, me besa en el cuello. ¿Sabés qué, Laura? Si no fuese por el piso alfombrado, quizá podríamos comprar un perro.-
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obra de Jim Schaeffing, extraída de aquí.-

lunes, 17 de junio de 2013

lupanar

Quiero a mis amigos y no hay amor más genuino que el de los hombres heterosexuales hacia los hombres de la misma condición. Es un amor sin seducción pánfila ni delicioso histeriqueo. Los quiero aunque esgriman las banderas más vomitadas de la adolescencia, e improvisen agresiones verbales cuando están borrachos, e insistan con despilfarrar sus sueldos para ser Very Important People en un lupanar Very Improbable de Progreso. Los quiero con amor del bueno, pese a que tropiecen con sus ínfulas de nenes bien que no terminan de querer asumirse. Son soberbios, malhumorados, aspiracionales, egoístas. Miden buena parte de sus logros en términos económicos. Libran cada fin de semana todos sus peces al mismo río. Pero los quiero. Y eso que a veces son seres sin memoria. Suelen olvidarse de quienes estuvimos cuando el cáncer estuvo entre nosotros. No recuerdan los hospitales recorridos ni las salas velatorias en las que hicimos bulto, uno frente al otro, tan solo para vernos las caras destruidas. Mis amigos -a los que quiero, claro- también llaman amigos a los eternos compañeros de victorias liliputienses, esos que solo aparecen cuando las luces están encendidas, los que les llaman a ellos con un apodo sofisticado, pergeñado en algún Club House en la periferia de la Buenos Aires más interesada. Quiero a mis amigos aunque estén equivocados y amar a alguien -aún en el error- es la única prueba de que uno siente lo correcto.-
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imagen extraída de aquí.-

lunes, 10 de junio de 2013

Melba

Mi muñeca kirchnerista controla precios en el supermercado chino de su barrio. Lleva puesta una falda larga color negro, tacos altos y la remera de La Cámpora debajo de su saquito de pana bordó. Saluda con una sonrisa a la cajera: las plantas de lechuga se rinden ante sus pies cuando ella pasa por delante. Baila mi muñeca kirchnerista entre las góndolas mal jerarquizadas: cambia los precios de los productos y anota todo en una planilla que le acercó su padre político, un gordo bebedor de anís en botella plástica el cual la sueña desnuda en cada reunión de la militancia. Ahora canta la canción que suena en los parlantes del supermercado: un tema de Michael Bublé que en la intimidad, me juró que detestaba por cursi. Baila y canta frente a los yogures que aceleran el tránsito lento, entre los pasillos de panes lactales y gaseosas ignotas. Usa de micrófono un paquete de galletitas Melba. Agita la cabeza y su pelo negro se mueve con ella. Se ríe mientras mira las luces del techo. La china de la caja la examina con marciana desconfianza. Una vieja se le acerca y le pregunta ¿Cuánto te paga La Cámpora para ser tan pelotuda? Mi muñeca kirchnerista le responde con una sonrisa que la vieja no logra comprender. Desde la puerta, la observo cantar You'll Make Me Work So We Can Work To Work It Out, y me mira, ríe a carcajadas, cierro los ojos con fuerza y romántica resignación mientras a sus espaldas, los packs familiares de alfajores comienzan a caerse en una cascada de dulzura y pleitesía eterna.-
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imagen extraída de aquí.-

miércoles, 5 de junio de 2013

porcelana

Mi muñeca kirchnerista duerme hundida entre algodones: las sábanas que la cubren la ahogan en un sueño recurrente. Ella dice que en sus sueños siempre habla conmigo pero nunca detalla de qué hablamos en sus sueños. Suele acomodarse en mi pecho: inventó un punto cardinal que solo ella reconoce. Le gusta el chocolate en rama y mirar fijo a los animales. Cuando abre bien los ojos, despliega todo su encanto de muñeca prestada. Se ríe de las desgracias propias. Choca autos en los estacionamientos, habla de Platón y de la libido de los abuelos. Lleva sus libritos a la Facultad de Derecho y rechaza con diplomacia las invitaciones de los docentes adjuntos. Le canta canciones peronistas a un perro que tuvo y que ya se murió. Yo le escribo algunas líneas discretas para que aún sepa que le dedico mis mejores horas de porcelana.-
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imagen extraída de aquí.-