martes, 20 de mayo de 2014

artrópodo

Hay una canción de Michael Bublé que sirve para enamorar adolescentes pero que a mí me arrastra hacia los días más oscuros de la vida. Es una melodía con ritmo y cadencia de albergue transitorio, un tema oportuno para coger con una puta silenciosa o para aguardar el turno en la sala de espera del dentista. Ese tema en loop a mí me lleva a una farmacia en una isla de Estados Unidos, a las preguntas de los viejos que buscan drogas para paliar la impotencia sexual o el mal de Parkinson, y a las órdenes de un jefe pelado y homosexual que le regalaba iPods Nano a los empleados brasileros con la esperanza de verlos desnudos cortando el pasto de su chacrita gringa. Mi pantalón de vestir negro, mi remera celeste y mi nombre bordado del lado derecho de esa chomba siempre limpia, vibrábamos de incertidumbre cada vez que sonaba esa canción del averno. Yo tenía el pelo un poco más largo que ahora, menos barba, zapatos lustrados. Bublé nos cantaba su romance cocainómano a todos los empleados sudacas que trabajamos en esa farmacia con delirios de supermercado popular: un zoológico bilingüe al que se acercaban los residentes ricos que creen que hacen caridad cuando sonríen con artrópodo desprecio a los pendejos que se hicieron la América y pagaron un Work and Travel con exceso de work y dudoso travel. El asco, la ignorancia, el desarraigo, la soledad, el espanto, la competencia, las calorías malogradas y los cupones de descuento para comprar helado de cookies and cream, todo librado al vals de un Bublé genuino y sin esperanzas.-
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imagen extraída de aquí.-

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