martes, 12 de mayo de 2015

Pommery

Estuvo mal haber tomado por asalto el micrófono en la fiesta por las bodas de oro de tus viejos: No debí haber golpeado al animador -un gordito con moño y correctísimo traje de alquiler color escarlata- y, por sobre todas las cosas, no debí haber invitado a todos los refinados comensales "a mover la burra en la pista de baile". Me hago cargo, sin justificativos. Una lástima el pico de presión que sufrió tu abuela; me alegra saber que tiene una prepaga cumplidora. No fue oportuna mi arenga, juro que no buscaba dejar atónita a toda la mesa del Jockey Club de Mónaco ni a la mujer del embajador francés, madame Figareu D'Artois, que ante mi desafortunada declaración, exclamó encantada y con el mas torpe acento español: ¡Ay! ¡Pero qué maravilla! ¿También les han obsequiado una burra?, buscando por todos lados y encontrando solo a la yegua de polo que muy gentilmente regalaron los reyes de Gales Meridional a los anfitriones. Me vi obligado a hacerlo: nunca jamás había tenido la oportunidad de hablarle a ochocientas personas a la vez (y por altoparlantes). Podrás decir que no hacía falta que subiera al escenario con una botella de Pommery entre mis brazos -así como acunada, como si fuese un recién nacido a quien es menester cuidar con amor y devoción etílica-, pero así me encontraba y así sentí subir. Fue un impulso. Un instante inspirador. Me alegra que para vos también haya sido una fiesta inolvidable.-
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imagen extraída de aquí.-

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