Los capos de mi escuela eran nenes bien con pretenciones mal, y hoy son retorcidos escuerzos que se recuperan en granjas de rehabilitación. Allí, aprovechan todo el día para pensar en juegos de mesa -dominó, ludo, tejo, ajedrez- y en cualquier otra cosa que no estimule su desenfrenado instinto cocainómano. Dudosos curas les enseñan pastelería. Hacen pepas de membrillo y batata y al bizcocho le dan forma de corazones sin forma, para luego salir a venderlas en bandejitas de telgopor en los vagones del tren Sarmiento.
Los fines de semana, lidian con hijos no buscados y el afecto traidor de sus esposas adolescentes que engañan a sus maridos cuando salen a bailar y desenfundan su ropa interior de guerrilla clandestina. A falta del barón de turno, las mujeres de los capos de mi colegio se dejan querer por algún cajetilla -de zapatillas de resortes y gorra reglamentaria- con mejor destino que sus maridos.
Los capos de mi colegio se agarraron a trompadas con las barritas bravitas de cuanto colegio hubo en los alrededores. Cobraron con todos y cada uno. Les robaron chombas. Los escupieron cuando estaban en el suelo. Y entonces se prendieron a tomar gilada. Cargaron cuetes. Salieron de caño. Vendieron porquería y los descubrieron. Sus padres burgueses los internaron, armaron tranza con el comisario para que no fueran presos, y hoy son los hijos más tontos de una estirpe farmacológica, dietética, sedada. Hoy, los capos de mi escuela son los giles de mi barrio.-
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(imagen extraída de aquí)
4 comentarios:
Corro, subo, bajo, sonrío, vendo, hago promociones. ¿Por qué nadie me la compra?
"lidian con hijos no buscados y el afecto traidor de sus esposas adolescentes que engañan a sus maridos cuando salen a bailar y desenfundan su ropa interior de guerrilla clandestina". Touché.
Excelente post.
Los capos de mi escuela tienen buenos trabajos y se casaron con las mejores mujeres. no se drogaban
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