lunes, 4 de julio de 2011

pochoclo

Me gustan las palomas porque se quieren sin cuestionamientos: son auténticas en sus vuelos torpes hasta la muerte contra el parabrisas de algún auto por Panamericana. Me cae bien que copulen sin mediar palabra, sin invitaciones a tomar un café, la careteada de que el macho lleve a la hembra al cine para luego comprarle pochoclo salado, pelear por quién es más rápido a la hora de sacar la billetera para pagar la cuenta, procurar sus modales de palomas finas para que la otra paloma piense ay! pero qué paloma tan atenta, qué bueno sería salir otra vez, que me llame y demos una vuelta. Nada de eso. Las palomas se aman en el silencio de las plazas en madrugada. No se hacen preguntas al sentir la fricción de las plumas hirvientes, el aleteo libidinoso y de lujuria voladora. No se cuestionan la suciedad en las alas, el olor de la pelea por las miguitas del pan de los jubilados, ni se fijan en las finanzas del compañero que cae a seducir. Las palomas se buscan, encuentran y ya, mientras una sobre otra grazna monosílabos eróticos. Las palomas son promiscuas, y jamás hubo paloma que se ofendiera por ver a su pareja circunstancial con otro. No sienten celos. No reprochan. No son infieles porque tampoco se deben fidelidad. Son hermosas y estúpidas, simples e inofensivas. 
Así quisiste que nos quisiéramos.-
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(imagen extraída de aquí)

1 comentario:

m. dijo...

El cortejo paloma existe y, lejos de exponer estúpidos, suele regalar los mejores momentos.