jueves, 23 de febrero de 2012

algoritmos

La promiscuidad es una empresa floja de papeles, pálida en decoros y libre de sanciones. Aparte, ocupa mucho espacio, múltiples sectores de la nariz y reglas memotécnicas para ligar sabores de helados frutales con nombres de mujeres, y de esta forma, mantener algún tipo de coherencia emocional, por más que los nombrecitos de las chicas queden reducidos a apodos triviales para alivianar la sobrecarga mental. Implica también una cuidadosa rutina a base de originales nuevas técnicas tácticas táctiles para no caer en típicos trípticos tóxicos o en tétricas tríadas tridimensionales, secuelas del delirium tremens de la gente sola que se barniza de sustancias para no ser menos en la trasnoche del trópico de la belleza tramontina femenina. Todo esto -claro- sucede en el caos de la vida cotidiana, entre los algoritmos de las estudiantes de ingeniería, las galletas que de a ratos hornean las atrevidas que invitan a cenar, los tacos altos de las damas chatas. Mientras, el corso sigue. La gente aún se cae de los edificios, las multinacionales mejoran las telecomunicaciones, Levi's fabrica cierres con mayor agarre, los rellenos sanitarios prometen estabilidad a la higiene mundial, y otra mujer se desploma en la misma cama de siempre. Vas a pedirme que te mire, que te explique por qué no lo hago. Vas a exigir un poquito de atención -te pido que por un segundo me prestes atención, así dirás, quizá con algún tipo de extorsión sexual a modo de anzuelo-, y yo, sumiso por cobarde, seguro aceptaré. De puro cagón también voy a mantenerme alerta frente a tus ojos inquisidores, pero cuidado, no te confíes: lo habré dicho todo para cuando me veas dormido sin el respira mejor.-
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(imagen extraída de aquí)

1 comentario:

ojodefuego dijo...

siento una variación en el ritmo y la lengua diferentes... puede ser?
me gusta. deja el vértigo y gana en profundidad.