lunes, 16 de abril de 2012

horcajadas

Subieron hasta el décimo piso, abrió la puerta del departamento y le pidió que dejara los zapatos en la entrada. Todo era blanco perfecto, con unas cuantas fotografías alineadas en las paredes con iluminación: a cada portaretrato le correspondía una lámpara dicroica. Le indicó en qué silla debía sentarse, justo frente a ella. Preguntó qué tenía ganas de tomar. Dijo que cualquier cosa estaría bien. Cualquier cosa resultó ser un whisky muy lejos de ser cualquiera, y que llenó en dos copas petisas y con cinco hielos igual de cuadrados. Llevó un individual que ubicó en perfecta simetría sobre la mesa. Puso música: un disco de bossa. Mantuvo las piernas cruzadas durante toda la charla. Vació el cenicero cada vez que terminaba un cigarrillo, aprovechaba para reforzar su maquillaje y mirarse el pelo en un espejo que tenía en la cocina. La vajilla estaba lavada, el teléfono inalámbrico en su base, las llaves en el gancho de la entrada, los abrigos en un perchero. Cada media hora, un dispenser escupía la fragancia que sin ser invasiva, llenaba de vainilla los ambientes del departamento. Ella lo miraba a él con seguridad, directo a los ojos. Hablaba bajo, reía lo necesario como para que él se sintiera cómodo, confiado de besarla en el momento en que ella volvió a llenar las copas de whisky. Luego se sentó sobre él, a horcajadas. Fue diplomática hasta para dejar caer su vestido negro y descubrir entonces dos pechos armónicos, redondísimos, de enciclopedia. Se dejó tocar con genuina delicadeza, fue sobria para gemir y se ató a ortodoxo protocolo hasta que le dijo -bien claro y con la boca pegada a su oído-:
-cojeme, hijo de puta.-
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(foto de Yulia Gorodinski extraída de aquí)

1 comentario:

No dije que esté bien dijo...

Hay una cancion de Zambayonny que dice "cojeme, hija de puta, cojeme! de punta a puntaa"

Me hizo acordar.