Uf. Me sentí otra vez avergonzado, estúpido, impotente, casi ridiculizado ante las imágenes de la policía que luchaba contra los taxistas, camioneros y colectiveros, frente a la Legislatura. No creo que lo correcto sea ponerse del lado de nadie. Pero parece necesario evaluar algunas cuestiones, quizá para prestar a la reflexión.
Tengo la idea de que no podemos atentar de forma deliberada contra el orden establecido, este pacto que todos asumimos al vivir en nuestro país que es Argentina. Entiendo también que muchos son empujados a padecer, aquellos que no tienen ni la más mínima chance de elegir porque no saben ni escribir ni leer, o padecen nuevos tipos de esclavitud, aberrantes en este nuevo siglo, inadmisibles para una sociedad como la nuestra, que en más de una oportunidad se jacta de grande, de coherente, de civilizada. Creo que no podemos responder con violencia a las decisiones que no nos favorecen. No es lógico, no es sano, y en general, no nos lleva a nada. Y esto último no es un lugar común: es cuestión de mirar a la historia, y advertir que la violencia poco nos ha enseñado. Suficiente con ir a los procesos militares, escudados en la consigna de que "era el último recurso", en que era necesario "establecer orden", disciplina: una fea palabra, al menos en boca de ellos.
Es también necesario advertir que quien está frente a nosotros, el policía, es un par. Quizá ni conoce quienes están dentro de la Legislatura. No defiende ningún interés que lo beneficie, cumple órdenes, está para eso. A su vez, tiene un palo, un arma: qué esperan, nosotros legitimamos que lo tenga, nosotros mismos somos quienes le damos a ese policía el poder de reprimir, que como ignorante, como hombre empujado a probar cuánto poder tiene, abusa de él.
El policía, un subordinado, abusa de esa mínima cuota de poder que le otorgan sus facultades. Abusa cuando golpea al gremialista que se encuentra indefenso, tirado en el piso, sin oponer resistencia porque no quiere o porque no puede. Abusa cuando lo golpea en la cabeza, cuando reacciona por impulso, de forma salvaje, irracional, al igual que el tipo que revolea un adoquín.
Esta lucha de cobardías me parece igual. No puedo ponerme del lado de nadie porque son lo mismo. Ambos violan su parte del trato, pero también estoy seguro de que ellos también se quejan de lo que padecen. Es sabido que quien no cumple con su parte, no tiene derecho a reclamarle nada al otro: es una de las bases de los contratos. Lo peor de todo, lo más triste y ridículo y hasta doloroso de todo el asunto, es que nos quejamos con la persona equivocada: somos un intento de causa noble rebajada al error.
Tengo la idea de que no podemos atentar de forma deliberada contra el orden establecido, este pacto que todos asumimos al vivir en nuestro país que es Argentina. Entiendo también que muchos son empujados a padecer, aquellos que no tienen ni la más mínima chance de elegir porque no saben ni escribir ni leer, o padecen nuevos tipos de esclavitud, aberrantes en este nuevo siglo, inadmisibles para una sociedad como la nuestra, que en más de una oportunidad se jacta de grande, de coherente, de civilizada. Creo que no podemos responder con violencia a las decisiones que no nos favorecen. No es lógico, no es sano, y en general, no nos lleva a nada. Y esto último no es un lugar común: es cuestión de mirar a la historia, y advertir que la violencia poco nos ha enseñado. Suficiente con ir a los procesos militares, escudados en la consigna de que "era el último recurso", en que era necesario "establecer orden", disciplina: una fea palabra, al menos en boca de ellos.
Es también necesario advertir que quien está frente a nosotros, el policía, es un par. Quizá ni conoce quienes están dentro de la Legislatura. No defiende ningún interés que lo beneficie, cumple órdenes, está para eso. A su vez, tiene un palo, un arma: qué esperan, nosotros legitimamos que lo tenga, nosotros mismos somos quienes le damos a ese policía el poder de reprimir, que como ignorante, como hombre empujado a probar cuánto poder tiene, abusa de él.
El policía, un subordinado, abusa de esa mínima cuota de poder que le otorgan sus facultades. Abusa cuando golpea al gremialista que se encuentra indefenso, tirado en el piso, sin oponer resistencia porque no quiere o porque no puede. Abusa cuando lo golpea en la cabeza, cuando reacciona por impulso, de forma salvaje, irracional, al igual que el tipo que revolea un adoquín.
Esta lucha de cobardías me parece igual. No puedo ponerme del lado de nadie porque son lo mismo. Ambos violan su parte del trato, pero también estoy seguro de que ellos también se quejan de lo que padecen. Es sabido que quien no cumple con su parte, no tiene derecho a reclamarle nada al otro: es una de las bases de los contratos. Lo peor de todo, lo más triste y ridículo y hasta doloroso de todo el asunto, es que nos quejamos con la persona equivocada: somos un intento de causa noble rebajada al error.
2 comentarios:
hoy veía a la mañana en la tele, mientras repasaba para el parcial de ipc, las imágenes de los policías que golpeaban a los manifestantes con toda la saña, aunque ya estaban en el piso inmóviles..
y a los manifestantes dándoles con palos a los policías
no sé, están todos enfermos.
Coincido con agus. Ya no se miden. Además creo que hay demasiada ira en la sociedad, en cualquier momento nos agarramos todos contra todos.
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