Estuve cerca de comenzar un esbozo de confesión con tu nombre, con tu apodo, la forma que sólo yo tenía de llamarte, pero me pareció pretencioso y caritativo: haber ubicado tu nombre al comienzo de estas mismas palabras -que no significan nada, no apuntan a ningún lugar en especial- hubiera sido lo mismo que darle de comer en la boca al puma de bengala en que se convirtió hace ya unos meses tu ego insaciable, y eso que yo supe acariciar tu ego, peinarle las patitas cortas a una bestia corta como tu propio nombre -o apodo; pongámosle nombre. Qué lindo nombre, y qué lindo pelo y patitas y perfume que todavía recuerdo, pero para qué vamos a entrar en detalle -si conozco hasta tus pecas, para qué ahondar en la bajísima pileta de nuestras intimidades, pocas y escuetas como las patitas de la bestia y tu nombre que ahora que lo pienso, me gustaba. No es que me dé vergüenza llamar a las cosas (por su nombre, claro), pero para qué voy a tentar a las casualidades. No tiene sentido. Lo que sí te comento es que a diario te pienso, pero en un brevísimo instante -brevísimo, al igual que los tobillos de tu ego, el fondo de nuestras míseras intimidades y tu nombre que parpadea sobre un momento siempre inoportuno.-
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(imagen extraída de aquí)
1 comentario:
Este post es perfecto.
Luis Gruss
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