lunes, 25 de abril de 2011

geriátrica

Enterate: tengo debilidad por las radiólogas de los hospitales. No puedo evitar mirarlas, charlar con ellas en el subte, guiñarles un ojo a sus trajecitos leves y llamativos, invitarlas a salir junto a sus ambos delicados, besarlas -sí y solo sí están- enfundadas en esos uniformes holgadísimos. Debo confesarte -ya que a esta altura, se me hace insostenible- que me seducen muchísimo sus ropitas color pastel, la forma en que le piden a uno que se acomode contra las máquinas siempre frías que harán las frías radiografías, su sonrisa ultrasónica -lista en no más de quince minutos, a retirarse por caja junto al bono de la obra social-, el escote reglamentario y el pelo bien recogido. No logro vivir sin ellas, querida: es así. Mentí cuando te dije que asistía viejos en el área geriátrica del Hospital Italiano. Siempre fui a por mujeres vestidas de violeta, celeste, verde agüita o rosa opaco. Fui porque me gustan ellas, y sobre todo, sus camisolas y esos pantalones a juego. Me atrae su compromiso para con la salud, sus risas repetidas, calcadas una atrás de la otra, la brutalidad con que acomodan el cuerpo ajeno y piden retirar todo objeto metálico de la escena. Sé que tal vez esto pueda llegar a complicar nuestra relación, pero confío en que podremos seguir juntos: vos, yo y el puñado de radiólogas con uniformes color pastel.-
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(imagen extraída de aquí)

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