lunes, 18 de julio de 2011

roncaba

Antes de que muriera Simón -el perro que le regalaron a Fermín cuando cumplió cuatro años-, mi hermano se había tomado la costumbre de acariciarle la cabeza cada vez que llegaba o se iba de casa. Sin importar qué hora era, él se acercaba para tocar la blanca melena despeinada del perro ciego y sordo, que se chocaba contra paredes y muebles de la cocina. Varias veces encontré a Fermín oscuras, solo, a un lado de la cucha. Miraba dormir a Simón, que nunca fue una mascota muy activa, pero él insistía en el gesto de cariño porque decía que al perro le hacía bien, y que a nosotros nos gustaría que nos saludaran de vez en cuando. 
En casa nunca fuimos de saludarnos mucho, eso hay que decirlo. A lo sumo era un hola y chau, pero nada más. Y mi hermano siempre le hacía una fiesta al perrito ese, que para cuando se murió, Fermín había cumplido los diez años y Simón ya estaba viejo y con permanente mal aliento. Creía que por acariciarlo, al perro le daría más vida, porque así uno lo hace sentir querido y respetado, y como que vos, si saludás a tu perro y le decís qué hacés -bueno, ahora me voy a comer mi comida, vos ahí tenés la tuya, es riquísima, mirá, bolitas con gusto a carne y verduras grilladas, cosas por el estilo- el perro siente que tiene un lugar en la casa y eso es positivo. 
Con su cordialidad, quizá sí le haya alargado un poco la vida a Simón. Quererlo y hacerse amigo, le ayudó a digerir mejor la muerte del perro. Ni lloró. Esa relación casi estúpida que tenía con su mascota, muerta de antemano -un perro que no hace cosas de perro, no mueve la cola ni araña las rodillas de sus dueños para pedir comida, es un perro muerto-, lo tranquilizó al momento en que ya no lo tuvo. No lo noté ni triste y hasta lo vi contento cuando visitábamos al abuelo, al que nunca queríamos ir a ver pero mamá insistía, porque a los viejos hay que acompañarlos, o eso decía ella. La casa del abuelo siempre fue un lugar frío y aburrido. Yo sólo me divertía cuando Fermín se escapaba y corría a la habitación del Nono. Veía entonces a mi hermano en puntas de pie, a un lado del abuelo que dormía la siesta de costado, frente a la persiana a medio cerrarse, y los dedos de Fermín entre los cabellos blancos del abuelo que roncaba profundo.-
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(imagen extraída de aquí)

3 comentarios:

Unknown dijo...

Genial!

The Freaky One dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
The Freaky One dijo...

Me dió un escalofríos entre tierno y doloroso.

Excelente.