lunes, 8 de julio de 2013

Praia

Enredado en un ovillo de lana violeta, sentado en el piso del baño de huéspedes -la espalda contra el radiador hirviente, ojos vedados por la conjuntivitis de la nostalgia, los pies descalzos y confundidos de frío- miro en Facebook las fotos que subiste este último verano en Praia do Rosa. A todas les doy Me gusta; el sistema no hace preguntas. Llevabas puesta una malla turquesa y por las noches, un inexorable mulato anexado a tu cadera. Siempre uno distinto: celebro la amistad entre los pueblos pero no veo por qué vos hayas tenido que ser el anzuelo diplomático para mejorar las relaciones internacionales. En enero aún recordabas mi número de teléfono. Incluso llegaste a traerme un joystick de PlayStation que compraste en la Triple Frontera y que jamás pudimos hacer funcionar. No me molestó tu souvenir inservible porque siempre supiste sonreír de esa forma estúpida que me impedía hacerte ningún reproche. Al margen, tenías razón con lo de la losa radiante: nunca debí haber elegido un departamento antiguo y hostil. Me lo merezco por prescindir de una vida con amenities, pero al menos en Crónica TV están dando ese programa de muertes trágicas de los famosos y aún puedo mover los dedos de las manos. En alguna alacena dejaste una lata de atún. Lástima que no coma pescado. Esta noche tal vez duerma con las ventanas cerradas y todas las hornallas de la cocina encendidas.-
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imagen extraída de aquí.-

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