lunes, 14 de junio de 2010

aluminio

Gladys apretó los labios, torció la cabeza hacia la izquierda y después de ubicar mate y pava sobre la mesa del patio, cruzó los brazos para verlo a Ricardo en cuclillas regar las plantas, sudar la camisa roja a cuadros en tan solo minutos de acariciar las hojas enormes del caladio y hablarle en voz bajita a una maceta resquebrajada. Con medio culo afuera del calzoncillo gris, Gladys acaso no sabía si sacarle una foto a Ricardo con la cámara que llevaban siempre a Gesell, o dejarlo así, hablándole a las plantas, casi a los oídos verdes y sordos de un caladio inmóvil. Optó por acercarse en puntas de pie, sorber con fuerza la bombilla del mate y despabilar a un Ricardo que miró todavía desde el suelo. Vos cambiaste, apuntó Gladys, seria y con tono firme. Que a mí no me digan que vos no cambiaste, que yo te conozco, vos jamás le hablaste a una planta, a quién se le ocurre hablarle a semejante pedazo de tierra, ya ni colores tiene, los locos le hablan a las plantas y yo no me casé con ningún loco, así que vas a contarme ahora qué te pasa a vos, Ricardito, y ahora es Ricardo el que una vez de pie inspecciona a Gladys, le saca de muy mal modo el mate de las manos, va a buscar la pava y ella lo persigue, lo toma por los hombros, lo abraza desde atrás -el vientre anchísimo de Gladys contra la espalda transpirada de un Ricardo con diabetes-, y Gladys que insiste, vos estás cambiado Ricardito, y Ricardito que hace tiempo que ya es Ricardo intenta decir algo pero Gladys lo interrumpe, repite una y otra vez vos cambiaste, Ricardito, y Ricardo que siente los dedos todavía calientes de Gladys, que sostuvo un largo rato el mate de aluminio, y Gladys que vos cambiaste Ricardito, a mí no me macaneás, y tocan el timbre pero nadie atiende, suena un teléfono más allá del patio, el gato siamés del vecino baja por una enredadera, vos cambiaste, Ricardito, y en buena hora.-
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(imagen extraída de aquí)

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