A veces me gustaría saber cómo hacés para despreciar tanto a uno de los tuyos, cómo te esmerás en escupir hasta tu propia sangre, para fingir un equilibrio virtual en tu cabeza que sólo sabés que está por encima de tus hombros porque todavía te queda pelo, y es lo único que te queda: pelo. El resto es un escenario sujeto por alfileres de harina, tus convicciones y reflexiones y genuflexiones no son otra cosa que unas cuantas chirolas de barro. No te creo ni medio. No tengo qué creerte, una persona que ama con la misma intensidad y en la misma proporción que detesta, y lastima y dispara sin ver a quién, personas así dañan. Vos a mí no me podés reprochar nada. Nada. Qué me vas a endilgar, con qué cara venis a darme clases magistrales de ética, a reprocharme que ni figuro, que vengo de paseo por mi casa, si a vos no te da la nafta ni para mirar a los ojos. Contestás cuando querés, abrís bronca y volás. Por eso no te tengo miedo, porque estás sola y eso te pone triste, no sabés cómo hacer para amarrar las cosas a tu justo lugar. Ya ni lugar te queda, y eso que estás en tu casa. Ni puta idea tenés de cómo timonear para controlar el barco. Ya no es como antes. Por más que pegues dos o tres gritos, golpees puertas y escritorios, no hay chance: se te retobó el ganado.-
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