miércoles, 3 de agosto de 2011

cualunques

Dormí durante cuatro meses con una acróbata de circo: fue una pasantía -sin posibilidad de renovación- por el cuerpo delicatessen de una señorita breve y amiga de las peñas populares, de las tarimas iluminadas, de los ritmos rioplatenses y de las bebidas cualunques. Fueron cuatro meses de vértigo y noches bajo el cuerpo de una mujer flexible -de goma, maleable-, de elongación exacta y depilación definitiva. Ella salía del circo en donde oficiaba de rubia estrella, y yo salía de gira sin derecho a réplica, en calidad de partenaire del metro cincuenta que a la luz de los reflectores, disimulaba bastante bien el instinto sexual desenfrenado y su analgésica simpatía. Jamás intenté tomar el dominio de la situación en la intimidad: poco podía hacer frente a la coreografía de sus piernas electrizantes. Y además, para qué, si yo siempre fui el tipito de las palabras, el copiloto, el que no hacía deporte en el secundario. Qué sentido tenía improvisar las riendas para una cadera desquiciada, genuina, honesta. Jamás tuvo sentido esbozar esa pirueta de macho alfa -una caricatura de alguien que nunca fui ni me interesó ser-, y menos mientras la tuve a ella: tan simple, generosa y sin red.-
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(imagen extraída de aquí)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena historia. Muy buen blog, admirable de hecho.