martes, 27 de mayo de 2008

linea C



Tomar el subte línea C, hacia Constitución. Allí, una mujer de sesenta años amamanta a un hombre que por la edad, bien podría ser su marido. Él tiene barba, los ojos cerrados con fuerza, está vestido de traje y tiene el cabello hacia atrás. Ella parece una de esas mujeres con aire del norte, el cabello lacio y oscuro con anchas trenzas, ojos rasgados, su cuerpo es tan grande que ocupa tres asientos. Por las ventanas irrumpen ocho clowns –de seguro gemelos, son idénticos, igual de altos y flacos, los rostros pintados blanco y negro, sus sombreros casi tocan el techo del tren- que cantan y bailan una coreografía de Michael Jackson: se deslizan por los caños del vagón, saltan y se enredan entre sus propios cuerpos, en perfecta sincronización y despliegue. Un grupo de cuatro jóvenes asiáticos que observaban las habilidades de los hermanos se pone de pie y comienza una batalla en la que vuelan manos, estrellitas ninja, bastones, sombreros y hasta cabezas. El hombre que era alimentado por la gorda abre los ojos y levanta la cabeza para ver lo que sucede: de los pechos de la nodriza brota una leche anaranjada, que atraviesa todo el vagón y al tocar a la gente, los convierte en ratas de un dudoso pelaje tornasol. A mi izquierda, una anciana enciende un cigarrillo rubio.
Odio el tabaco rubio.

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