lunes, 20 de abril de 2009

propinas

La última vez que me sentí así, no pesaba más de tres kilos, estaba húmedo, venía de una íntima comodidad y a juzgar por mi llanto, estaba más bien fastidioso por haber perdido mi lugar de privilegio fetal. La abuela dice que nunca logró ser tan feliz como ese día, que yo era hermoso, y que el momento también fue muy hermoso, y que hasta el médico era un tipo hermosísimo y que si no fuera porque la mujer era clienta de su peluquería -y una distinguida clienta por sus generosas propinas-, ella le hubiese tirado los perros al doctorcito ese que me sacó de la calidez y la gloria del autoabastecimiento. Jamás se lo voy a perdonar. Claro que hoy, veintitantos años después, no recuerdo nada de toda esa lírica de primeras veces, pero te aseguro que mi estado actual no dista demasiado de la revelación de aquel momento, y todo gracias a vos: obstetra part time, me sacudió tu soberbia sin filtros, tus ganas de rockearle al geriátrico de mis días, y yo que uso buenos perfumes pero todavía no me acostumbro al jet lag que dejan los viajes al Congo de la soledad, no pude negarme a tu capricho de tenerme cerca. Me usaste hasta donde quisiste: si por mí fuera, aún seguirías en mi cama, con tu tortita de frutos rojos y la serie de antojos que me despertaban a la madrugada. Y por más que intente despegarte de la idea de mujer adecuada, de madre de tus hijos con mi nariz mínima, acompañante nocturno, de la exacta partenaire para las navidades, años nuevos y situaciones de diplomacia y gala, te juro que no puedo hacerlo, y sólo espero estirar lo más posible este affair para amotinarme en un rincón de tu comodidad de nursery con derecho a roce.-
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(imagen extraída de aquí)

1 comentario:

Don Jhonson dijo...

what thaa feeeckk???