Odiaba los días en la chacra por el olor a mierda de los caballos en celo, las tetas de la prima Claudia -verano a verano cada vez más caídas- y por las moscas con su prepotencia zumbadora. Nunca pude matarlas, ni a las moscas ni a ningún insecto por esa estúpida consigna de no dañar a los seres indefensos, vieja ordenanza que me había quedado de mamá y papá en los días en que me castigaban en el jardín de infantes por pegarle a mis compañeras. Aunque me quejara de los caballos y de las moscas, jamás pensé en lastimarlos. Las noches cerca de los focos llenos de libélulas en verano, eran temporadas de insomnio y euforia contenida. La tía Claudia dormía en la misma cama que yo, porque siempre fuimos muchos en esa casa húmeda y con olor a naftalina. Acostado junto a ella, dejaba a los insectos posarse sobre mi cuerpo, a los mosquitos picarme -exitación frente a ese dolor mínimo, pinchazo que antecede al placer y al delirio de rascarse tras la comezón- y a las cucarachas pasearse por mis labios. Las sentía conversar, casi de charla sobre mi boca cerrada, de festejo y cópula y yo que intentaba no respirar, quedarme quieto para escucharlas hablar en su idioma sordo.-
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1 comentario:
Muy bueno!
Me gusta mucho la extensión que trabajas, los textos concentrados como jugo Mocoreta.
Muy bueno el clima y el ambiente que generas.
Ah, NNN por Saer? Me encanta esa novela.
Saludos
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