O yo o la joda, sentenció tu crudísima decisión, mientras tus manos se quedaban en la cadera como esperando una respuesta, un acto heroico de caballero épico, de glamour ético, de respeto estético. Nadie antes me había puesto en ese lugar incómodo. Miento. Mamá sí, una vez, en segundo grado, cuando frente a la euforia de un librero que no podía parar de relojear culos y venderle calcomanías a las chicas de secundario, me forzó a elegir entre una lapicera de pluma color verde manzana y una birome toda plateada. Y ahora vos, cocorita y rococó, te atrevés a volver a desafiarme, obligarme a decidir como sólo se puede obligar a un pendejo de segundo grado, ahora -acaso por un mambo tuyo que tuviste en la primaria, creo que vos fuiste la gordita del curso- me apuntás con el dedo, te tocás el pecho, decís o yo o eso, y eso es la puerta, que quiere decir la joda, las putas, las cañas con amigos incluso los días de semana, fiestas con sexos estrambóticos en habitaciones de casas prestadas, escapadas en auto a la Costa Atlántica con una cualquiera, maratónicas giras de rush y rubioplatino, de sonrisa fácil con mujeres todavía más fáciles que su sonrisa, o yo o la joda repetís y yo mismo que me arrepiento de no haberme quedado con esa lapicera de pluma color verde manzana.-
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