Yo que te conocí con las uñas pintadas de fucsia en pleno rasqueteo del fondo de la olla de los días de gracia, cuando todavía salías a detonar volquetes y containers cada vez que estacionabas el auto en doble fila, y en las pistas de baile te ibas con el que se te antojaba, porque no eras tan linda pero tu simpatía era un kapanga de esquina fiera -tu torpe manejo de ese cuerpecito famélico siempre resultó un anzuelo conmovedor- y yo caí en la volteada general, para no ser menos me quedé con esa sensación de que serías única, y hasta una tarde me invitaste un café y me dejé ir por tu encanto venenoso, tus pechos perfumados de Vívere y la leche de segunda calidad que comprabas para el perro y tus invitados primerizos. Ese egoismo tuyo que nos llevó tan lejos -si encontramos a Cabo Polonio un lugar lejos de acá- no supo cómo volver en ferry, y lo dejamos allí. Pero más allá de haberte considerado una mujer estupenda, me preocupa descubrirte así ahora mismo, tan triste y reventada, te juro que me apuñala el autoestima. Tu tiempo muerto me hace culpable. Me recibe como una peor persona de lo que en verdad soy. Me empuja a declararme cómplice. Y también me fuerza a deducir que conmigo hubieses conservado la rebeldía autóctona que te hizo Best Seller en la librería temática de mis fantasías.-
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1 comentario:
La última frase es demoledora, mi amigo. Quien pudiera tener su inspiración.
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