viernes, 11 de marzo de 2011

estafado

Jamás me había preocupado por el estado del techo. Me refiero a que el cielo raso de un departamento dos ambientes a estrenar -con dependencia de servicio, balcón luminoso, living grande: toda esa descripción inmobiliaria que me llevó a pagar un alquiler- en un cuarto piso, no es más que eso: un techo blanco en donde una que otra luz sirve para iluminar, que sino, de noche te la das contra cuanta sillita o mesa o gato ande por el suelo. Entonces era un techo como cualquiera, y por ser como cualquiera, era un techo en el que nunca me había fijado, hasta que me fijé y vi que ya no estaba. Tal vez fue una casualidad, eso de que justo te fijás y el techo ya no está. El tema es que no había techo. Se había volado (¿Se puede volar así un techo?). Desde mi cuarto piso ya no estaba ese techo de un blanco absurdo. Los pisos de arriba -seis, que hacían un total de 10 pisos- tampoco estaban, por lo cual me sentí un poco estafado, porque en ningún momento me avisaron que el techo podría llegar a irse. Reconozco que no soy de leer con gran detenimiento los contratos de locación -me aburren-, pero el techo, sacarle el techo a un inquilino, me parece como demasiado. No es que entraste en casa, dijiste uy, me olvidé mi afeitadora, te la saco. Se llevaron -¿se llevaron?- el techo. Y ahora, si llueve, minga. ¿Quién me repone lo que se moja? Es cierto que de noche la vista al cielo es impactante. Pero no justifica el frío que voy a pasar en invierno. De todas formas, no es por eso que vengo a hablarle, señor administrador. Más grave me resulta haberme percatado de que a esta altura, tampoco logro entender a dónde se fue mi piso.-
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(imagen extraída de aquí)

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