Llegué, ¿Qué hay de comer?, digo aunque sé que nadie responderá, entonces cierro la puerta y dejo las llaves dentro de un cenicero de vidrio. Ella está sentada en una silla a un lado de la mesa: sus ojos miran al techo y por la boca morada y entreabierta, cae un hilo de baba seca. ¿Cómo estás? le pregunto, pero desde luego, no contesta. Beso su frente fría y anuncio voy a preparar la cena. Phil Collins en la radio y al cabo de media hora, sirvo dos platos de fideos con pesto, son caseritos, los hice yo, le miento para sacarle una sonrisa que jamás llegará: su cuerpo se va hacia adelante y la cara impacta contra los fideos, sin queso rallado. La levanto para limpiarla: siempre tan vaga vos eh, murmuro y la alzo hasta la cama. Una vez allí, le saco la ropa y la visto con el pijama que a ella le gusta. Voy al baño, me lavo los dientes mientras escucho que se enciende el televisor, y sin demasiadas sorpresas, tarareo la canción de Phil. En la habitación, silencio. Ella no se movió del lugar en donde la dejé. El televisor permanece apagado. Hubiese jurado que veías Bailando por un sueño, le digo al pedazo de carne que comienza a descomponerse en el lado derecho de mi cama. Ya cansado, anuncio buenas noches y apago la luz: una mano cae muerta sobre mi espalda.
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(imagen extraída de aquí)
3 comentarios:
Este me pareció excelente.
muy bueno, me gustaría sber qué hace con esa mano. saludos.
Me encanto jaja el mejor lejos.
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