(El texto fue subido a horario pero bajo un día equivocado. Sepa disculpar las molestias ocasionadas).-
Me gusta que me vendan cosas por teléfono, y soy capaz de comprar cualquier pavada: cada vez que me llaman, me cuesta rechazar el ofrecimiento de las insulsas cordobesas entrenadas para ser correctas y capitalistas. Dejan al cliente en espera, le ponen una musiquita que uno le inspira paz, piden perdón a cada rato, no se alteran. Qué lindo una novia así. Bicho, a los fideos les falta queso rallado, ¿Me lo traés?/Sí, aguarde un segundo, disculpe la demora, gracias por comunicarse. Lindo que a uno lo traten bien, aunque sea para decirle cosas no tan buenas. Debe ser por eso que compro cosas, me quedo en linea y hago uso -y abuso- del servicio, porque me hacen sentir cómodo. Siempre tengo mi tarjeta de crédito a mano: uno nunca sabe cuándo pueden llamarlo. Pero me llaman seguido: entiendo que en cada call center habría un cartel grande con mi número: en caso de emergencia, llamar a este tipo. Si nada venden, ahí lo tienen, soy yo, presente, yo consumo. Sencillo, entonces marcan y yo atiendo, porque siempre estoy en casa. Y ahí nomás, no interesa qué sea, yo compro. ¿Depiladoras? Compro. ¿Jaulas para pájaros? Venga. ¿Colecciones de pornografía? Siempre. En algún momento voy a necesitar alguna de todas las pelotudeces que por el momento, sólo me hacen compañía en el living.-
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