Odio que las cosas terminen. Me pasa desde que soy chica: cada vez que papá leía el final de una historia, me ponía a llorar. Cuando cumplí diez años y me mandaron a levantar los vasitos descartables después de la fiesta, tiré al piso lo poco que quedaba de la torta de crema y frambuesas que había hecho mamá y comencé a romper las cortinas de la desesperación. No puedo ir al cine: me enferma ver los créditos. Y ahora que estoy con vos -ahora que no estoy con vos- te siento tan lejos, tan yo en mi cama y vos tan en tu auto camino a tu propia cama. Nunca encuentro la mejor manera de despedirme. Robo pequeños souvenirs en cada cena. Te robo besos y horas de descanso, con lo importante que son para vos las siete horas de sueño, parecés un jubilado en vacaciones, no entiendo por qué te vas siempre tan temprano, a dónde corrés a refugiarte, ¿Qué tengo -qué no tengo- para que huyas de mi caloventor y de la comodidad de despertar juntos, de que te haga el desayuno con tostadas de pan de salvado y mermelada de frutilla? ¿Cómo dormis por las noches? Explicame, vos que sabés mucho de todo, a mí que me quedo sola con los peluches que sacaste en esa máquina de Villa Gesell, esta vez explicame vos a mí que yo no sé ni cómo despedirme y siempre que cortamos me queda un saludo atorado detrás teléfono.-
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