viernes, 27 de noviembre de 2009

Illia

Matar al docente: esta mañana imaginé un video graf no menos trivial en cada absurdo noticiero, de esos en que conductores y panelistas invitan a despertarse con una sonrisa y ponen música de Los Cafres mientras te muestran la autopista Illia colapsada. Todo parece dar igual: mañana llueve, los hijos del paco, paro de empleados municipales, Matar al docente. Y esperan que uno abra los ojos y haga una fiesta, se vista con optimismo y se lave los dientes que sonríen frente al espejo. Frente a ellos, medialunas de mampostería, y contra la cara de sueño de la gente, Matar al docente, que no es lo mismo que matar a una persona cualquiera. Es un docente. Es una contradicción: pegarle un tiro a una mujer de veintipico, casada hace un puñado de años, recibida hace meses. Meterle un plomo en la espalda a una señorita de jardín de infantes -mujer de pueblo resignada a la tarde de mates en la plaza y las lentas calles de tierra- suena un poco irónico. Sacudir el cuerpo de alguien que da clases, que pone buena cara frente a la mala cara de gente sin cara, sienta un poco incómodo. Da envidia ver la felicidad de los que no tienen razones para serlo. Como el que agradece y no tiene por qué agradecer. Mirá dónde vivís, tal vez nada podría ser peor. Por eso, matar al docente es la cumbre de la lisergia cotidiana.-
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(imagen extraída de aquí)

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