No es por cobardía que aún no termino de suicidarme: es por Julia. Frustro los intentos porque me surge una pregunta incómoda y que no quiero llevarme a la muerte: ¿Qué será de ella sin mí? El día en que me trague las pastillas sin vomitarlas al instante, o cuando al fin decida dejarme caer en la terraza del edificio, Julia ya no tendrá nada más por hacer. No habrá más mi perfume antes de salir a trabajar. No más dos tazas de café soluble. A dónde se va a mudar: se lleva mal con la madre, y el padre nunca me aceptó. Mis abuelos ni la reconocen y de alguna forma, la obligarían a colaborar en su cuidado, y ella que no sabe ni cómo cambiarle los pañales a los mellizos, cómo se hará cargo del Alzheimer de dos viejos desconocidos. No puedo hacerle algo así a Julia. Tendría que limpiar el patio siempre lleno de hojas en esa casa de Liniers, húmeda y con piso de mármol. Y los mellizos, Julia, decíme vos, que siempre me criticás a mí, que no les presto atención, que ni son mis hijos, decíme Julia, ¿Qué le vas a decir a los mellizos cuando te pregunten por su papá? ¿Les vas a decir que estaba loco? ¿Sos capaz de hacer algo así? ¿De hacerme algo así? Ya no sé qué pensar de vos, Julia. Pero tengo todo listo. No puedo seguir alarmando a la familia con mis tentativas. Lo lamento, Julia, de verdad, lo siento, no sé qué vas a hacer sin mí. Que sea lo que Dios quiera. O mejor, que sea lo que vos puedas.-
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1 comentario:
Me gustó el texto. Y hermosa fotografía para acompañarlo. Saludos.
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