Entiendo la imperiosa necesidad de volver a tus raíces -el pueblito de Castle Combe requiere de tus servicios, tus ambiciones y tus compras con tarjeta de crédito en los almacenes hostiles de los lugareños hostiles-, pero también creo que deberías (re)considerar mi oferta de volver al abrazo de mi sofá de agua que aún no termina de aprenderse tu acento. Pasamos tantos sexos bilingües, tantas noches anónimas cargadas de sentimientos sin nombre. Qué desperdicio sería que volvieras así de fácil a tu catre y a los descansos en las sillas de mimbre con vista al parque del fuckin Collage en donde bajás muñequitos a granel. Vas a recordarme cuando andes de paseo por Chippenham. Yo te conozco, o no te conozco, pero bueno, uno siempre dice que conoce al otro y recuerda los viajes y confío en eso. Además, no podés irte: darías pie a que la Cancillería Argentina volviera a llamarme la atención. No podemos permitir que eso suceda: otro manchón en mi legajo for export. Qué pensarán las nuevas turistas cuando yo esgrima mis pases libres y muestras gratis a la loca virilidad local. Si tanto te gustó esta nación "crisol de razas", su marihuana berreta recién traída del Paraguay, los bifes de chorizo y las películas hentai que comprabas por la calle como si fueran caramelos, no podés abandonarme a la suerte de lo cotidiano. Deberías entender que somos lo más primitivo de las relaciones carnales-amistosas, y a la vez, somos la última esperanza de recomponer los lazos internacionales. Nuestras patrias se lo merecen.-
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