Todo de vos me molesta. Desde que decís "hola" en el desayuno hasta que decís "hola" en la cama para que al menos te arrime un almohadón. Todo lo tuyo me incomoda. Tu amor me da herpes. Tu optimismo, rabia. Tu cálida sonrisa de cumpleaños de 15, la cena divertida que preparás con esmero, el agua y su felicidad de canilla abierta cuando te lavás los dientes, tus mismísimos dientes, encienden el -siempre al alcance de tu mano- switch de mi vertiginosa irascibilidad. Sos un colchón de alfileres, el dolor de la muela de jucio al emerger, la silenciosa patada en las pelotas de un amor fulminado, sin aire, paralítico, y que más que una relación de a dos es un teletubbie con sirrosis hepática. Hasta tus libros me alteran, la forma de caminar que tenés, cómo hablás y la manera en que me preguntás qué me pasa, con esa vocecita de ¿qué te pasa, mi amor? para que yo te conteste nada. Tus preguntas me generan todavía más odio. Pero tranquila, no es odio hacia vos. Tal vez sea la estúpida premonición que antecede al choque frontal, al piano en la cabeza, o a la convicción de que todo lo tuyo que de alguna forma me atrajo en cierto comienzo, en este momento me inspira razones suficientes como para sacarte un pasaje sólo de ida al conurbano bonaerense de Haití.-
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