Me gusta pelearme por ahí, sentir el impacto porque sí de mis nudillos sobre cráneo y mandíbula y tabiques ajenos, el quiebre óseo contra un entramado de carne que resbala de sudor, me simpatiza ese irónico careo, la adrenalina de los ojos con ira, los dientes apretados y oír mi risa con sangre -también me gusta sentir el gusto, el olor y la humedad de mi propia sangre- frente a un desconocido confundido, porque claro, me gusta pelearme, pero siempre con un desconocido, preferentemente en la calle, recibir puños y palos de un tipo al que no conozco, del cual no espero nada porque nada puedo esperar de alguien del que jamás conoceré el nombre porque jamás me interesará y menos en pleno combate imprevisto, en un enfrentamiento brutal, innecesario y espontáneo, a muerte o hasta que el otro se reconozca cobarde, en esa mezcla de ignorancia con imprudencia y morbo energizante, porque cuando provoco e invito a la pelea no tengo miedo, más bien me siento excitado, con abrumadora lucidez y desmesurado poder, soy incluso mejor cuando peleo que cuando miento, pendenciero me quiero más y más me creo.-
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