Soldado que huye sirve para otra batalla: acaso sea esta la bandera más bienintencionada de los cobardes, que no por bienintencionados dejan de ser una manga de despreciables cagones de riña en un shopping bien, traficantes de caramelos media hora, próceres del club atlético nos-meamos-encima. Soldado que huye, de por sí es un desconsiderado, porque un tipo que huye -de sólo leer el verbo huir, me agarra un ACV en la virilidad más genuina-, además de un innombrable el cual sólo merece el ostracismo, es un perdedor matriculado y con credencial para ejercer libremente -en emprendimientos locales y offshore- el mal visto oficio de cadete de la displicencia más ortodoxa. Ahora: el que quiere huir para seguir combatiendo -con la convicción de que lo hace y tendrá otra oportunidad-, además de todo es un romántico berreta, un soñador de cuarta, porque se escapa pero conserva la ilusión de que habrá otra pelea donde cargarse al frente de batalla contrario, donde tal vez evacuar el deseo perdido en la batalla anterior. Tiene la leche de la otra batalla, del fracaso no asumido por haberse escabullido como una rata horrible y mal oliente. Por eso, soldado que huye, que huya. Piérdase, soldado. No vuelva. No vaya a ser cosa de que sirva para la otra batalla, vuelva a arrepentirse y emprenda retirada otra vez, y así, de batalla en batalla, sin saber ni siquiera para dónde disparar.-
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