Dentro de las zonas postergadas por la política y los tours pacatos organizados para turistas, la Villa 31 -así, en mayúsculas, porque Villa es el primer nombre de un barrio- es de los asentamientos más light dentro de la franja de lugares pulenta. O al menos así lo describen buena parte de sus habitantes, que aseguran que se puede salir a las tres de la mañana sin problemas. El tema suele ser entrar, y una vez adentro, no mirar lo que no tenés que mirar, aclara un tipo canoso y que jura que vivió en una favela. Mirar lo que no tenés que mirar: dícese de los vendedores de paco al paso, los pendejos fisura, las minas de los vecinos. En la 31, los códigos parecen ser los mismos que en Barrio Norte, pero un tanto más estrictos. A falta de espacios verdes -predomina el marrón y el salpicado de las casas amontonadas en beige, azul y terracota-, a los pibes les sobran huevos y respeto: por una mina te clavan. Otro consejo es no dar vueltas. Andá a donde tengas que ir, me explican. Porque si vos, en tu barrio, ves que hay alguien que anda yirando, también te alarmás, ¿no? comparan. Digo que sí, que supongo. Iré a donde tenga que ir, y ese lugar es un galpón bajo la autopista. Allí también hay un basural que se arrincona contra una de las columnas que sostienen la autopista, y que a la vez, hace de pared de una casilla. Las chapas tapan la única inscripción que hay pintada en la columna: se lee "Dios volve". Y no hay más nada que leer.-
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(imagen extraída de aquí)
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