Me irrita que hables de mí como si promocionaras las bondades de un nuevo jabón en polvo, con la descripción quirúrgica de mis cualidades, los beneficios a corto plazo y las características que hacen único a este producto en decadencia. Me intimida tu optimismo desenfrenado, la confianza extrema en este instinto depredador, que me acerques a tus amigas y que ellas te compartan hasta los más burdos detalles de las intimidades que nunca quisiste vivir conmigo pero que siempre -no sé cómo ni por qué- elogiaste a ciegas. Me molesta la hipocresía con la que le insinuás mis logros a tu mamá, que asiente y dice que me quiere en la familia, y vos decís que eso sería bueno, aunque tus hermanas son un poco chicas para mí. Cómo podés estar así, tan enamorada de tu monólogo sobre lo bueno que resulto a la hora de la cena, lo exacto que soy en las conversaciones telefónicas y lo lindo -recomendable, positivo- que sería encontrar a alguien como yo. ¿Por qué no yo mismo? ¿Para qué seguir con el cuento, cuándo te vas a hacer cargo? Me inquieta tu pacatería de castillo inflable, que improvises estúpidos argumentos sobre la integridad de la moral sexual y te acuestes con cualquiera menos conmigo -¡menos conmigo, que tengo todas y cada una de las vacunas al día!-, que pidas ser valorada y me sonrías con tus miserias en ropa interior. Me ofende -me ofende- que todavía no hayas alquilado el pack de ovarios que necesitás para reconocer y decirme en la cara que lo nuestro -claro, sí, seguro- funcionaría.-
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(imagen extraída de aquí)
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