La piba que atiende la regaleríavideoclubpolirrubroquevendejueguitosdeplaystationydvd'struchos es una minita más bien flaca, de unos veintitantos años, metro setenta sobre sus zapatillas blancas con resortes rojos, paletas un tanto separadas, ojeras tapadas con acuarela negra, un piercing tornasol a la izquierda, justo por encima del labio -quizá en burda imitación al lunar que Marilyn Monroe ostentaba en su época con cinematográfica seducción-, un tanto mojigata, silenciosa, pelo recogido y que si la intuición masculina no me falla, se coje al dueño de la regaleríavideoclubetcéteraetcétera que es un gordito aficionado al hentai más primitivo, un digno servidor del mercado negro y el delito domésito y al que la vida -la historia, los nutricionistas, compañeros de colegio y productos para el acné fabricados en laboratorios de ultratumba- se encargó de tratar sin cuidado ni respeto ni suerte alguna. Lo cierto es que el muchacho debe comerse a su empleada, apenas más joven que él. Y no es por celos que conserve las locasdesquiciadasincoherentes ganas de revolcarme con ella entre las mesas de saldos y dvd's truchos que se exponen en ese local con vista al público por la calle Rivadavia: si quiero esnifar y dormir desnudo sobre esos caballetes que sostienen tablones que sostienen invendibles porquerías literarias y promociones de fascículos coleccionables con improbables recetas de cocina tailandesa, es porque soy un acérrimo detractor de la piratería, defensor de los derechos de autores desconocidos y miembro honorario del tácito Consejo de los Rompebolas Al Paso (CRAP). Así que no lo tomes a mal, no es contra vos ni contra tu industria a base de películas filmadas sin trípode en noches de preestrenos en cines en la periferia tumbera de Cataluña: sólo hago mi trabajo, o lo que dicta mi corazón analfabeto, que jamás supo ni de ortografía ni de las correctas reglas de puntuación.-
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