Mujer católica, por favor, no me ame, o al menos, no me ame a mí -que soy un prójimo- como a sí misma, porque usted, señorita de hábitos -nocturnos-, usted sí que no se quiere ni a usted misma, sino no se entiende cómo le hace tanto mal a su cuerpecito de feria, sus piernas de maqueta industrial y su nariz siempre tan tibia e irritada. Quiera mejor a sus enemigos, ellos sabrán apreciarlo más que yo, que yo soy un simple pecador de poca monta, un practicante a escribidor noctámbulo y silencioso. Sepa disculpar usted, que peregrina a cada lugar donde hay una virgen, que todavía tiene algo en que creer a ciegas: a mí no me queda ni la ilusión del primer amor, y usted confía nada más y nada menos que en Dios, ¡Vaya que tiene en quién creer! En cambio yo ni eso, creo que todo el mundo me caga -disculpe mi vocabulario-, que todo el mundo traiciona, que nadie perdona sin antes asegurarse un favor a futuro. Usted sí que es un ejemplo: fachada y decorado, caño y gambeta, pan y circo, usted sí que tiene de todo y para repartir entre los que menos tenemos, pero esta vez -no lo tome a mal-, yo pongo la otra mejilla para no quedar amarrete con su encanto pagano, aunque pensándolo bien, si le agarran ganas y ve que tampoco me resisto, si por esas cosas ve que pongo la mejilla, los dientes y el codo al saltar en el corner, si pasa cerca déjeme algún beso, y después, que Dios nos ayude.-
lunes, 5 de octubre de 2009
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1 comentario:
Amén.
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