Salimos a comer. Era una cita y de antemano, yo pagaría y de antemano, estaba preestablecido que si demostraba no ser lo suficientemente horroroso como para no compartir un café en su casa, haríamos el sexo entre tuppers y una bolsa de amarettis mal abierta sobre la mesa sin mantel. En mi cabeza, ya había tenido esta salida como un exitosísimo encuentro de a dos. Jamás de a tres, con la torpeza de una pseudo-pareja que habla y otro equis cualquiera y descolagado que intenta -sin efecto- integrarse a la conversación. Ella nunca mencionó que tenía madre, y eso no tiene nada de malo: no tengo nada en contra de las madres, nos dan la vida, a veces las gracias y otras tantas castigos, todo bien con las madres pero en ningún momento hice la invitación extensiva a su mamágordachusmahinchapelotasquejosa de camisón turquesa con flores amarillas. Mamá de anteojos y fragancia a sobaco de estibador del puerto, mamá que pide golosinas antes de entrar al cine, que pide postre en la cena, que despotrica contra los hombres post treinta sin hijos -presente, doña, dijo un enano dentro de mi cabeza- y que hasta en el momento del sexo -porque claro, hubo sexo, ya que contuve mis horrorosos ánimos de abandonar con el auto en movimiento a mamávestidoturquesa en el medio de la Richieri- espió detrás de un biombo cómo nosotros dos teníamos una intimidad tristísima, de adolescentes y bajo el estudio tácito de una vieja que aún no termina de fingir que prepara el café en la cocina.-
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2 comentarios:
que grande,
botero presente aca.
es como bizarro el encuentro, me hace acodar a Jorge Polaco,el Director de Cine que nunca olvidó a su madre mientras filmaba.Logrado el texto, entonces si me generó todo eso!
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