Aunque sólo confesó haber sido infiel una sola vez con una putarraca del barrio, nada grave, un cálculo a ojo hecho por familiares y allegados al entorno dio como resultado que el tío Armando engañó a la tía Noemí en al menos unas cuarenta oportunidades con un promedio de diez mujeres distintas, de las cuales entre siete y diez serían conocidísimas prostitutas de la zona oeste de la Capital Federal -léase Lugano y su periferia-. El cómputo varía, porque el tío Armando nunca hizo grandes ponencias sobre la cuestión, quizá porque nadie le había preguntado más allá de aquella vez en la que debió confesar el hecho, y no lo hizo porque lo matara la culpa ni porque la tía tuviera la viveza de sospechar y pescarlo, sino porque el muy pelotudo llevó a esa putarraca del barrio a su casa y le prestó la bata de Noemí, esa vez que la tía se había quedado en el hospital cuidando al abuelo Arturo, al que habían operado de una violenta cirrosis. La cosa es que la tía Noemí -que tiene un don para identificar olores, para qué negarlo- olfateó un perfume que no era el suyo en su propia bata, y tal vez por eso -y porque encontró tres forros en el tacho de basura del baño, dos cartones de vino blanco en el patio, un par de medias sobre la araña del comedor y un cuerpo de mujer despatarrado sobre su propia cama y en el mismísimo lugar en que ella suele hacer la siesta- intuyó que tal vez, Armando no le estaba siendo del todo franco...-
(((Mañana la seguimos)))
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1 comentario:
Intrometido!*
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