Él acertó con su respuesta incluso antes de haber acertado: contestó con los ojos, con esa mueca de falsa humildad que denota un gesto tan soberbio, antes de asegurarle a la conductora rubioplatino que la capital de Jamaica es Kingston, él ya había levantado la frente, acomodado el micrófono, y fue entonces cuando me hundí en mi campera de jean y cerré los ojos con ganas de escapar. Mamá me había regalado esa campera horrible, gastada, y me insistió tanto para que me la pusiera que hasta la había mandado a la tintorería. Esa vuelta, antes de jugar al aire en el programa "El saber de nuestros niños", me obligó a que me dejara la remera adentro del pantalón y que no me quejara del cinturón negro, ese que le había pedido al vecino, Diego, un gordo de mierda que todos los años se llevaba Matemáticas a marzo. Ese cinturón ya no le entraba a Diego, por eso su mamá le dijo a mi mamá que me lo regalaba, aunque en algún momento quizá me lo volvía a pedir, si Diego adelgazaba, cosa que jamás sucedió.
Allí, agazapado en mi asiento, planché mi frente contra el escritorio, apreté los dientes y pedí el milagro de haber tenido un palpito incorrecto para que el gran hijo de puta de mi contrincante -Adalberto Ruiz Gorostiaga, peinado raya al medio con gomina, camisa blanca, saco de pana color azul marino y unos ojos celestes abominables detrás de las gafas más anchas que yo recuerde- se equivocara, dijera Roma, Berlín, Mendoza o Calamuchita. Pero dijo Kingston. El muy hijo de puta dijo Kingston y sin dudarlo.-
(Mañana, otra parte)
.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario