Otra vez me hiciste de comer esos ravioles horribles, unos ravioles de mierda pero de verdura o vaya uno a saber de qué carajo están rellenos porque ni vos lo sabés, es un mejunje de berenjenas al escabeche y rivotriles vencidos y ganas contenidas de sustituirme por otro tipo cualquiera. Estos ravioles del domingo en plena cena del miércoles, no son más que tu odio comprimido en densas dosis de pasta con tuco y crema, y yo que los miro sin lograr disimular la rabia que me dan, ellos me miran ahí, con sus ojitos hervidos, nadando en el bajo charco de salsa rosa desde mi plato playo -ni con un hondo te jugaste-, y yo que parto al medio los ravioles, después en cuatro y en octavos y en lo que dé, para luego pincharlos y verlos estallar en una sabia verde y triste, la sangre de los ravioles crepita entre el tenedor y este sentimiento de impotencia emocional-gastronómica, este ACV sentimental y crónico, y vos, desde la cabecera de la mesa esperás la fingida aprobación de un amante en pleno estado de descomposición, fuera de curso, cansado de ser conserva vieja, tu carita me mira en la otra punta de la mesa y hasta dentro del plato, tu carita es un juego de asesinados cuadraditos de masa y acelga dudosa, o espinaca, o verdura, o mescalina o salpicón de ave y con las ganas que tenemos de volar a otras madrigueras.-
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